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El ser humano está hecho para vivir en comunidad y compartirse. En el libro del Génesis (2, 18-23) se afirma: “No es bueno que el hombre esté solo”. Sin embargo, en ocasiones es bueno preferir la soledad para introyectarse y reflexionar.
En efecto, el ser humano necesita crecer en momentos de soledad, pero también requiere de otros gratificantes espacios de convivencia y compañía para su integral desarrollo. De la correcta distribución de ambas experiencias depende su cabal y equlibrada madurez. Si prefiere demasiado la soledad será un ente rebosante de timidez o misantropía. Si, por el contrario, exagera la búsqueda de compañía, corre el riesgo de enfermar de apego, angustia y dependencia.
La persona equilibrada goza tanto los momentos de soledad como los de compañía. A cada instante le sabe extraer el jugo y no desperdicia la oportunidad de satisfacer ambas experiencias. Los momentos de soledad nutren el espíritu, permiten recargar baterías y reorientar la marcha. A su vez, los momentos de convivencia alegran, recrean, renuevan y solazan.
“Vivir es convivir”, repitió incesantemente José Ortega y Gasset. María Zambrano, en su breve ensayo titulado Adsum, escribió: “Y vivir a solas, es vivir a medias, es estar recluido, condenado, cegado también; es estar en reserva y a la defensiva”.
La filósofa española señaló que la soledad, el sufrimiento, la incomunicación y las pérdidas que afrontamos en la vida, son experiencias equiparables a la muerte: “Se puede morir aun estando vivo; se muere de muchas maneras en ciertos padeceres sin nombre, en la muerte del prójimo, y más en la muerte de lo que se ama y en la soledad que produce la total incomprensión, la ausencia de posibilidad de comunicarse; cuando a nadie le podemos contar nuestra historia”.
¿Disfruto la soledad y la compañía?