El mito del equilibrio

14/10/2025 04:02
    Nos levantamos un día con certezas y al siguiente con dudas y a veces queremos el mundo y otras solo silencio, y esa oscilación no es un error, es la evidencia de que seguimos vivos.

    Nos han enseñado que la vida debe ser equilibrada, como si el sentido de existir consistiera en mantener todo bajo control, el trabajo, la pareja, los hijos, la salud, los sueños, el descanso... pero con el tiempo uno descubre que ese equilibrio del que tanto se habla es más bien un mito, una especie de espejismo moderno que promete calma y plenitud, pero que rara vez coincide con la experiencia real de vivir.

    Quizás el error esté en imaginar la vida como una balanza, con pesos que se distribuyen en proporciones exactas, la realidad es que se parece más a un oleaje, hay temporadas donde todo se desborda y otras donde apenas se sostiene la marea y querer mantenerlo todo en el centro es tan absurdo como pedirle al mar que deje de moverse.

    La vida, como el agua, sólo permanece viva cuando se agita y hemos convertido la idea de equilibrio en una exigencia más, un estándar de bienestar que, en lugar de darnos paz, nos produce culpa y nos culpamos por trabajar demasiado, por descansar poco, por no ver a los amigos, por no cumplir las metas del gimnasio, por no meditar o no desconectarnos lo suficiente y así, en nombre del equilibrio, vivimos en permanente desequilibrio emocional.

    Buscamos armonía, pero lo que encontramos es frustración.

    Eduardo Galeano decía que las utopías son como los horizontes, sirven para caminar y quizá el equilibrio sea eso, una utopía necesaria, algo que nunca alcanzamos del todo, pero que nos ayuda a orientar el paso, porque mientras lo perseguimos, aprendemos a distinguir lo que importa de lo que no; lo que nos da sentido de lo que solo nos da apariencia.

    En realidad, el equilibrio no se logra sosteniendo todo igual, sino sabiendo ceder. Hay etapas donde el trabajo demanda más energía, y otras donde la vida íntima exige presencia, hay momentos para construir y momentos para contemplar, la madurez, tal vez, no consiste en mantenerlo todo en perfecto orden, sino en entender que el orden cambia.

    Vivimos atrapados en una narrativa de productividad constante, se nos vende la idea de que la plenitud está en lograrlo todo, tener éxito, pareja, salud, propósito, paz interior y tiempo libre pero esa suma de ideales es incompatible con la condición humana, somos seres de vaivén, de contradicciones. Nos levantamos un día con certezas y al siguiente con dudas y a veces queremos el mundo y otras solo silencio, y esa oscilación no es un error, es la evidencia de que seguimos vivos.

    El equilibrio perfecto sería, en todo caso, una forma de muerte, nada cambia, nada se mueve, nada incomoda pero el alma necesita cierto desorden para crecer, como los árboles que se tuercen buscando luz, como el músico que desafina hasta encontrar su tono, porque sin esas irregularidades no habría aprendizaje ni belleza, el equilibrio absoluto, si existiera, sería una cárcel sin emoción.

    He aprendido que la vida no se equilibra, se habita, que hay que aceptar los días descompensados, los proyectos que se retrasan, los afectos que demandan más de lo que damos, que el cuerpo no siempre responde igual, que los hijos crecen mientras uno trata de entenderse, que el amor también se cansa, y que la fe, en uno mismo o en los demás, necesita de vez en cuando tambalear para volver a tener sentido.

    Tal vez el equilibrio no sea un destino, sino una práctica diaria, un ejercicio de conciencia, no de control, y no se trata de hacer que todo pese lo mismo, sino de aprender a sostener el movimiento sin perderse en él, saber cuándo avanzar y cuándo detenerse, cuándo rendirse y cuándo insistir, cuándo callar y cuándo decir lo necesario.

    No hay fórmula y cada quien encuentra su centro en lugares distintos, en el silencio, en la creación, en los afectos, en el trabajo, en la fe o incluso en la incertidumbre. Lo importante es no confundir el centro con la quietud, el equilibrio no es quedarse inmóvil, es moverse con sentido.

    Y si, como decía Galeano, las utopías son el horizonte que guía nuestros pasos, entonces el equilibrio es nuestra brújula imperfecta, no para alcanzarlo, sino para seguir caminando, porque lo que mantiene viva la vida no es la estabilidad, sino el deseo de seguir buscando, y con cada paso descubrir un horizonte nuevo.

    Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

    Es cuanto.