Este egocentrismo se percibe a todo lo largo de la historia: en las guerras para someter al otro y, con algunas excepciones geográficas, una explotación a rajatabla -que en nuestro tiempo se ha vuelto alarmante- de los llamados recursos naturales. La misma palabra “recursos” delata la manera en la que se concibe a la naturaleza: es, sin más, un almacén donde están los medios para satisfacer los fines humanos.

    En las reflexiones anteriores he revisado la relación con el otro y me he percatado de que es una relación de poder que acentúa su violencia en la misma medida en la que el otro es más distinto de mí. La imagen con la que podría representarse este modelo, donde todo gravita en torno del yo, es el egocentrismo, algo parecido a la concepción toloméica según la cual todo: el Sol, los planetas, las estrellas giraban en torno de la Tierra.

    En nuestras relaciones con lo otro, el yo está en el centro y lo más semejante a mí ocupa el primer círculo concéntrico: los amigos, las personas afines; en el segundo círculo están los diferentes, los extraños, los enemigo, y en el círculo más distante se ubican los animales y, en general, el resto de las cosas que pueblan la naturaleza.

    Este egocentrismo se percibe a todo lo largo de la historia: en las guerras para someter al otro y, con algunas excepciones geográficas, una explotación a rajatabla -que en nuestro tiempo se ha vuelto alarmante- de los llamados recursos naturales. La misma palabra “recursos” delata la manera en la que se concibe a la naturaleza: es, sin más, un almacén donde están los medios para satisfacer los fines humanos.

    Este egocentrismo, decía en la entrega anterior, terminará por destruirnos, y, por ello, es imperativo replantear nuestra relación con lo otro, y no sólo por razones morales para con lo otro: razones altruistas, sino hasta por motivos estrictamente egocéntricos: por nuestra conveniencia. Resulta urgente descentrar al yo: hacer una revolución copernicana en nuestra disposición hacia el otro y lo otro.

    La primera pregunta que me hago es: ¿lo otro es en verdad otro?, o dicho de una forma más clara: ¿mi yo es químicamente puro o siempre aloja de por sí a otros? Levinas sostiene que primero es el otro. Nietzsche habla de que está compuesto por una legión de otros, y en la experiencia de cualquiera es obligatorio admitir que somos quienes somos por los otros que nos han formado, no solo porque sin dos otros -mis padres- yo no habría nacido, sino porque lo que pienso, creo, imagino, deseo... de ninguna manera es innato, sino una consecuencia de los otros que habitan en mí.

    “Yo soy otro” es una afirmación que han dicho muchos pensadores, y creo que a cualquiera le parecerá aceptable. Sin embargo, cada cual se conduce como si el yo estuviera estuviera cerrado en su identidad, pues a los que no son o piensan como yo, los aparto de mi vida o trato de que de ajustarlos a mi forma de ser y pensar (en el fondo defiendo lo que unos primeros otros pusieron o formaron en mí). El cambio en el que estoy pensando, insisto, consistiría en no encerrarme en “mis” ideas, deseos, valores que no son más que las ideas, deseos y valores que asimile de los otros en algún momento de mi vida. Para cambiar, en serio, he de mantenerme permanente abierto a nuevas influencias, a nuevos otros. Decirlo es fácil, el problema es estar verdaderamente dispuesto a llevarlo a la práctica. La duda, de la que hablado en múltiples ocasiones, es una posibilidad para lograrlo. Una comunidad compuesta por distintos y no por pares a quienes fuerzo a que se mantengan parecidos a mí. Un nosotros que de veras incluya a aquellos con los que no estoy de acuerdo; donde coexista la diferencia sin que ésta sea motivo de discriminación, violencia o convencimiento.

    Y para transformar mi relación con lo otro: los animales y la naturaleza, el problema es aún más difícil, pues resulta inevitable extraer del mundo lo necesario para sobrevivir. Aquí la gran clave está en la palabra “sobrevivir”. Todo depende de que se entienda por “sobrevivir”: subsistir o vivir sobradamente. Y aquí, una vez más, todo depende del modelo económico en el que se esté instalado. Un modelo donde el consumo se estimule y los productos lleguen al mercado con una fecha de caducidad programada, obviamente hará que la relación con la naturaleza sea el saqueo hasta acabar con todo.

    Estos cambios me parecen indispensables, comprendo, sin embargo, su dificultad y, tal vez, su imposibilidad, sólo me resta para concluir este recorrido por las relaciones con el otro y lo otro recordar la idea inicial de estas reflexiones: todos dependemos de todos, y una idea que ofrece Voltaire en su Diccionario filosófico: “los animales -dice- saben que van a morir y se tumban a esperar su muerte; los seres humanos no solo sabemos que moriremos, sino sabemos que debemos morir”.

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