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"Éthos"

"El pequeño filósofo"

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ÉTHOS
29/04/2019 19:40

    rfonseca@noroeste.com

    @rodolfodiazf

     

     

     

    René Descartes eligió la duda como método para fundamentar el edificio filosófico de su pensamiento. Al hacerlo no fue estrictamente original porque dudar, preguntar  y maravillarse es el origen de la filosofía. Filosofar es desentrañar el mundo y revolver (más que resolver) la incógnita de sí mismo.

     

    El prototipo del filósofo es el niño, porque está siempre inquiriendo y no se contenta con medias respuestas. Este pequeño filósofo se convierte en un torbellino insaciable de sabiduría, quiere agotar todo el conocimiento y por eso lanza incesantes flechas al blanco del porqué.

     

    Su búsqueda es auténtica, sin fingimientos ni dobleces. Se admira ante la realidad y escudriña sin cesar todas las cosas para explicar su mundo. Al explicar se complica porque, a la vez, se implica; es decir, porque no se mantiene al margen de la elucubración. Su interés no es abstracto o científico, sino vital y práctico.

     

    Su mirada es clara y virginal; no posee conocimientos anteriores que lo condicionen a no maravillarse ante lo que contempla. No tiene una mirada automatizada y esclerotizada por conclusiones precedentes. Es más, no le interesan las conclusiones, sino las inclusiones.

     

    El niño, escribió Jorge Larrosa en su obra Pedagogía profana, “es el portador de una mirada libre, indisciplinada, quizá inocente, quizá salvaje, el portador de una forma de mirar que aún es capaz de sorprender a los ojos. El adulto, por su parte, es el portador de una mirada no infantil, sino infantilizada, es decir, de una mirada disciplinada y normalizada desde la que no hay nada que ver que no haya sido visto antes. Y es el niño el que enseña al adulto a mirar las cosas como por primera vez, sin los hábitos de la mirada constituida”.

     

    ¿Me admiro, maravillo y sorprendo? ¿Imito al pequeño filósofo?