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"Opinión"

"‘El poder de los poderes’"

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    Dos cuestiones me han llamado poderosamente la atención en esta última semana. La primera es la insistencia de que no podemos juzgar la política que viene -o más bien la que ya está aquí porque la presencia de López Obrador se ha vuelto omnímoda- con los viejos paradigmas porque sería equivocado. Que la forma de hacer política ahora es distinta porque López Obrador no es un político tradicional -muchos añaden, es un líder social- y por tanto no se puede analizar lo que él hace con el mismo rasero. Ni entiendo ni comparto. 
     
    Hoy es tan vigente Maquiavelo, Locke o Rousseau como lo han sido siempre. El análisis institucionalista sigue sirviendo para evaluar a un sistema político. La división de poderes, las facultades que se asignan a cada uno y la autonomía con que actúan permiten la caracterización de un régimen. La distribución de asientos en el Congreso sigue siendo relevante. La declaración de principios y plataforma de los partidos, aunque a veces se desdibuje, siguen siendo pertinentes. La transparencia y rendición de cuentas en el ejercicio del poder siguen y seguirán sirviendo para juzgar el desempeño democrático. Nada de esto cambia ni tenemos porque inventar nuevos paradigmas para el análisis de la política. 
     
    Estar respaldado por el 53 por ciento de los electores y 30 millones de votos le da al Presidente electo una gran legitimidad pero no es una anomalía democrática aunque en México no ocurriese desde el año 2000 cuando inició la alternancia. A veces hay gobiernos sin mayoría y a veces, como ahora, los electores deciden darle una mayoría sustancial a la coalición del Presidente pero el Congreso está ahí para legislar y vigilar. Puede cambiar el sistema de partidos pero siempre hay uno.
     
    Su enorme bono democrático -ganado a pulso- le ha dado el beneficio de tener resbalones sin que estos sean objeto de burla o crítica (el Papa vendrá a los Foros de Paz y Seguridad), de plantear imposibles a sabiendas de que lo son (a fin del sexenio habrá cuatro homicidios por cada 100 mil habitantes), de contradecirse (el aeropuerto se construirá en Santa Lucía, someteremos la decisión a consulta popular, si los privados quieren que lo financien ellos), de expresar ocurrencias (eliminación de 70 por ciento de los puestos de confianza), de esbozar proyectos sin el sustento suficiente (delegaciones estatales o perdón sin olvido) e incluso de plantear decisiones similares o iguales a las de Peña Nieto sin que éstas sean reprochadas (el nombramiento del fiscal y el rechazo a la modificación del artículo 102 constitucional).
     
    También ha sido novedoso y ha sabido comprender el humor social como nadie. La austeridad gubernamental y el fin a la parafernalia de privilegios y ostentación de buena parte de la élite del sector público es un reclamo justo y legítimo que hay que apoyar. 
     
    La ineficiencia en el gasto público y la posibilidad de ahorros sustantivos es una verdad de a kilo. La duplicidad de programas sociales debe ser eliminada.
     
    Y la labor periodística y académica siguen teniendo las mismas responsabilidades que siempre. Observar, diagnosticar, analizar, mostrar consecuencias, visibilizar, publicitar y hacer propuestas. Todo esto sin querer debilitar ni mucho menos derrumbar el proyecto del Presidente electo. La crítica es siempre molesta e incómoda pero al final es más útil que el aplauso.
     
    La otra cuestión que me ha llamado la atención es que los medios, prácticamente todos, resaltaron a ocho columnas del discurso de López Obrador al entregarle su constancia de Presidente electo la frase de que: “el Ejecutivo no será más el poder de los poderes”. 
    Si algo se ha visto de la figura de AMLO en campaña, como candidato ganador y ahora como Presidente electo es el uso de la primera persona del singular. Yo soy honesto y un hombre de principios, yo no le fallaré al pueblo, yo voy a acabar con la corrupción, yo daré el ejemplo y los demás me seguirán, yo voy a terminar con los privilegios, yo no voy a incurrir en la venganza, yo perdono pero no olvido... Esto en cuanto a las formas, pero el fondo revela lo mismo.
     
    Las promesas de campaña y las propuestas que hasta el momento hemos oído tienden más a la concentración y centralización del poder que a cualquier otra cosa; a la decisión de una sola persona que a la negociación entre poderes, personas o grupos; al despliegue de todas las facultades del Ejecutivo que a su repliegue; al uso de la disciplina partidaria que al “voto de conciencia”; al manejo concentrado de los recursos que a su dispersión; al hábito de que sus directrices sean obedecidas más que a su cuestionamiento.
     
    No es crítica. México es un sistema presidencial y si se apega a sus facultades y actúa dentro de la legalidad vigente y los principios que la animan, está en su derecho. Si su coalición ganó la mayoría en el Congreso y su fracción parlamentaria lo apoya no es “mayoriteo”. Ganar las votaciones en el Congreso también es su derecho siempre y cuando no se atropellen ni la Constitución ni las leyes del Congreso ni el derecho de las minorías. No hay transformaciones, ni la primera, ni la segunda, ni la tercera, ni la que hoy él plantea sin un fuerte liderazgo que concentre el poder.
     
    Si algún Presidente desde Salinas quiere y puede ser “el poder de los poderes” es López Obrador. Está en su naturaleza, y en su proyecto.
     

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