Según un reportaje de Leticia Robles, publicado en el diario Excélsior el pasado 30 de junio, el PRI en dos años ha perdido el 79 por ciento de su militancia. En un periodo de dos décadas perdió a 8 millones 701 mil 464 militantes, de 10 millones al empezar el siglo descendió en 2021 a solo un millón 398 mil 536. En Sinaloa ya tan solo quedan 47, 645 afiliados.
A pesar de que en 2012 el PRI recuperó la Presidencia de la República la fuga de militantes no cedió, y el grueso de su pérdida sucedió entre 2019 y 2021. El INE constató que el 10 de junio de 2019 el tricolor tenía un total de 6 millones 764 mil 615 militantes. Dos años después tenía 5 millones 366 mil 79 afiliados menos, una disminución de casi 80 por ciento en tan solo 24 meses antes.
La caída fue brutal. Nunca el PRI había extraviado tanto poder, y con esa pérdida se fueron los militantes. No existía convicción ni lealtad, solo interés.
No sabemos si al PRI le están echando las últimas paladas porque ya antes se ha pronosticado su muerte. La primera vez que eso se dijo fue en 2000 y después en 2018. Se vuelve a decir lo mismo en 2021. Lo cierto es que ahora está más débil que nunca. En 2016 gobernaba 15 estados y en 2021 solo cuatro: Coahuila, Hidalgo, Estado de México y Oaxaca. Así como van las cosas, se pronostica que en la próxima con seguridad perderán por lo menos el Estado de México y Oaxaca, aunque la zona metropolita del Estado de México colindante a la CDMX le dio la espalda a Morena el pasado 6 de junio.
¿Qué es lo que ha provocado tal debacle priista? La respuesta es compleja, pero arriesgando dos hipótesis esquemáticas puede decirse que la corrupción como método de gobierno y estilo político, así como el abandono paulatino de su ideología fundadora a partir de Miguel de la Madrid, que lo llevaba a idear programas de beneficio e inclusión social, así fuera insatisfactoriamente, son dos de las principales causas de su desmoronamiento. Otro factor, más endógeno que externo, la antidemocracia partidaria, lo fue minando a su interior, desgranándose hacia afuera. Paradójicamente, cuando fue aceptando el juego democrático en la competencia electoral, porque fue forzado a reconocerlo, la ciudadanía le fue dando la espalda.
La corrupción, que alcanzó su clímax durante el sexenato de Enrique Peña Nieto, correctamente diagnosticada por López Obrador, fue el último torrente que empujó a las mayorías votantes del País a inclinarse por Morena. Pero, no tan solo la corrupción hizo voltear a los ciudadanos hacia otra opción partidaria sino también la creciente exclusión de las capas sociales más desfavorecidas de las estrategias económicas y sociales del PRI neoliberal.
El PRI nunca pudo corregir su estilo corrupto de gobierno, pero aun más grave fue su abandono de las clases subalternas. Millones de mexicanos toleraban la corrupción siempre y cuando los gobiernos repartieran mejor el presupuesto público, así fueran dádivas.
El Partido Revolucionario Institucional se cortó las piernas cuando empezó a privilegiar, de Miguel de la Madrid a Peña Nieto, una política económica marcadamente inclinada hacia los grandes capitales y, de paso, a los estratos más altos y nuevos de las clases medias. La base social histórica del PRI, sindicatos, organizaciones campesinas, populares y barriales, fue siendo excluida paulatinamente del poder y de los beneficios, así fueran limitados, de los planes económicos de los gobiernos priistas neoliberales.
El PAN relevó al PRI durante doce años, pero ideológicamente no estaba pertrechado para idear un programa de gobierno que atrajera sólidamente a las clases populares. El deseo de cambio de las clases medias y subalternas no se limitaba a la alternancia democrática en el poder sino al deseo de recuperar el nivel de vida relegado por una política económica que castigaba cada vez más el salario y otros beneficios sociales. Y, para colmo, el blanquiazul se contagió de la corrupción y otros beneficios del abuso de poder de la escuela política tricolor.
Morena les devolvió la esperanza a las clases populares de ser tomadas en cuenta y por eso votaron por el movimiento creado por López Obrador. AMLO ha logrado conservar entre los votantes plebeyos y los adherentes ideológicos el aura de la corrupción, pero no así en la esfera de la crítica periodística e intelectual mayoritaria. De igual manera, sectores cada vez más numerosos de las clases medias le empiezan a retirar el apoyo que le concedieron en 2018. No ven que combata seriamente la corrupción, y consideran equivocadas muchas de sus decisiones en el campo de la economía, la seguridad, la educación y la salud pública.
Es evidente que mientras AMLO pueda sostener los programas de ayuda social seguirá recibiendo el apoyo de las clases subalternas, quienes, en un país brutalmente desigual, son mayoría.
En este contexto, si la alianza opositora, pero principalmente el PRI, debido a sus raíces históricas, no elabora un programa alterno a Morena de beneficio popular será casi imposible que le logren arrebatar el poder a Andrés Manuel López Obrador. Se ve como una hazaña imposible que los tricolores se deshagan de sus prácticas políticas corruptas, de hecho, ningún partido lo ha logrado. Morena no lo ha logrado, el PAN tampoco, ni nadie en México. No obstante, el debilitamiento cada vez más visible en el mundo de la alternativa neoliberal está obligando a muchos partidos y gobiernos a proponer planes de gobierno que incluyan a los sectores sociales que fueron despojados en el modelo societario que nació con Augusto Pinochet, Margaret Tatcher y Ronald Reagan, y que después se extendió por gran parte del mundo.
De hecho, ya hay propuestas dentro del PRI, aun en medio de sus graves trifulcas, que hablan de “rebasar a Morena por la izquierda, pero moderna” con una agenda progresista en medio ambiente, la protección a grupos vulnerables, el acercamiento a los maestros de las escuelas públicas, a las víctimas de la violencia, incluyendo a los periodistas, y a los migrantes, etc., como lo declaró la semana pasada Rubén Moreira, el nuevo coordinador de los legisladores del PRI en la 65 Legislatura.
Así es, si la oposición quiere mantener sus políticas elitistas y excluyentes, e incluso inclinarse aun más a la derecha no tiene ningún futuro frente a Morena.
Posdata
Llama la atención como algunos medios de la Ciudad de México, y más particularmente el Excélsior, le están tundiendo a toro pasado a Quirino Ordaz. De ensalzarlo como uno de los mejores gobernadores del País, ahora dice el diario citado en la columna “Frentes Políticos” (1 de julio) que “Heredará a Rubén Rocha Moya un gobierno altamente corrupto, sumido en la criminalidad, la pobreza, con cientos de familias desplazadas y miles de desaparecidos, saqueo de dependencias estatales, entre una larga lista de desaciertos, omisiones y promesas pendientes”. No cabe duda que la máxima: “El rey ha muerto, viva el rey”, pero sin vítores al que se fue, nunca deja de ser vigente.