El reto de innovar en un mundo que envejece

24/10/2025 04:00
    De acuerdo con el Manual de Oslo de la OCDE, la innovación no se limita a crear dispositivos o aplicaciones: incluye también cambios en servicios, procesos, modelos organizativos y sociales.

    ¿Por qué cuando pensamos en innovación imaginamos a un joven en Silicon Valley y no a una mujer de 65 años que emprende en Ciudad de México? La narrativa dominante nos ha hecho creer que la innovación es un territorio exclusivo de la juventud, sinónimo de velocidad, disrupción y novedad tecnológica.

    Esa visión no resiste el paso del tiempo ni la realidad demográfica. Innovar no está en el acta de nacimiento, sino en la capacidad de imaginar soluciones nuevas y útiles para problemas y oportunidades de un mundo que envejece.

    De acuerdo con el Manual de Oslo de la OCDE, la innovación no se limita a crear dispositivos o aplicaciones: incluye también cambios en servicios, procesos, modelos organizativos y sociales. Reducir la innovación a la tecnología es tan limitado como pensar que la juventud es sinónimo de creatividad.

    El mito ha persistido porque nuestra sociedad de consumo ha asociado lo joven con lo nuevo y lo productivo y lo mayor o con años, con lo obsoleto.

    Sin embargo, el envejecimiento global está obligando a revisar esas narrativas. Para 2030 una de cada seis personas tendrá más de 60 años. En México, más del 14 % de la población, casi 18 millones de personas, ya tiene 60 años o más.

    En este contexto, la innovación adquiere un significado distinto. Durante décadas, cuando se hablaba de innovar para personas mayores, se pensaba casi exclusivamente en salud, dependencia y enfermedad. Los ejemplos más citados suelen ser sensores de caídas, robots sociales, dispositivos de telemedicina para monitoreo remoto denominada gerontotecnología. Estos avances son valiosísimos, sin duda alguna, pero reducen la vejez a un problema y específicamente, a un problema biomédico.

    Asociar la vejez con enfermedad es un sesgo edadista. Las personas mayores no son solamente pacientes: son ciudadanas, consumidoras, cuidadoras, creadoras y votantes y la innovación debe reflejar esa diversidad.

    Una innovación significativa no se diseña sobre las personas mayores, sino con ellas y para ellas. Codiseñar significa incluir a mujeres y hombres mayores en la concepción de productos, en las pruebas de usabilidad, en la definición de necesidades reales, en la planeación y toma de decisiones.

    También significa que un producto aislado no basta: un reloj inteligente de salud no es útil si no se integra con servicios médicos, soporte humano y programas de capacitación integral que generen confianza digital. Innovar en la vejez es pensar en ecosistemas completos que fortalezcan la autonomía, la dignidad y la participación social, económica, política, tecnológica y cultural.

    La perspectiva de género es esencial en esta conversación. Las mujeres mayores enfrentan doble discriminación: edadismo y sexismo. En México, son ellas quienes concentran la mayor parte del trabajo de cuidados no remunerados.

    Llegan a la vejez con menos pensiones y mayores niveles de pobreza (la pobreza sigue teniendo rostro de mujer en México y en el mundo). Sin embargo, son también innovadoras y creadoras.

    ¿Qué ejemplos existen que nos muestren otras narrativas y otras posibilidades? En el ámbito de la salud femenina, los casos internacionales muestran caminos posibles. Joanna Strober, de 56 años, fundó Midi Health, una plataforma de telemedicina para atender la salud en la menopausia y la edad mediana (midlife en inglés).

    Pero el campo de las femtech no se limita a la menopausia. Herself Health, en Estados Unidos, desarrolla atención primaria específica para mujeres de 65 años y más y hace un par de años levantó 26 millones de dólares en inversión de riesgo. Estas iniciativas muestran que innovar para mujeres mayores es también abrir mercados que hasta ahora han estado invisibilizados.

    Las femtech se ubican principalmente en la intersección entre innovación tecnológica, salud y el mercado de mujeres de más de 45 años. Es un mercado que está creciendo a ritmo acelerado y según Mckinsey, cito textual, “...en toda la cadena de valor, un sistema de salud más inclusivo y con conciencia de género podría ayudar a que más mujeres se conviertan en inventoras, inversionistas, médicos, fundadoras y en seres humanos más sanos, que resuelvan las condiciones de salud de otros seres humanos.

    Las investigaciones han demostrado que, cuando los inventores se proponen resolver un problema de salud, es más probable que los inventores varones resuelvan una condición orientada a los hombres; los equipos dirigidos por mujeres resuelven condiciones orientadas a hombres y mujeres”.

    En América Latina, este ecosistema está en pañales. Esto tiene que ver con varias causas, entre ellas la invisibilización de la salud de las mujeres en la investigación, desarrollo e inversión.

    De las más de 70 startups de 9 países, Brasil lleva el liderazgo con 36 empresas (49%), seguido por Argentina con 14 (19 %) y México con 7 (10%).

    La innovación, como señalaba en los párrafos anteriores, no sólo ocurre en el ámbito tecnológico o de la salud, también en la educación y el aprendizaje, entre otros. Un estudio de caso en Korea mostró que los programas de aprendizaje a lo largo de la vida fortalecen el bienestar psicológico, las redes sociales y la participación comunitaria de las personas mayores.

    En Taiwán, la investigación sobre mujeres mayores reveló cómo el aprendizaje continuo y la mentalidad abierta permiten alcanzar lo que se denomina gerotrascendencia: una forma de crecimiento personal y espiritual en la vejez.

    Estas experiencias nos recuerdan que innovar también significa crear entornos, espacios y condiciones donde aprender, conectar y expandir horizontes sea posible en todas las edades.

    La innovación no es únicamente diseñar dispositivos o aplicaciones. Innovar es también cambiar la manera en que entendemos la edad. Implica transformar instituciones que hoy excluyen, abrir mercados que hoy ignoran y generar narrativas culturales que reconozcan la fuerza vital, creativa y económica de las personas mayores.

    Innovar en un mundo que envejece significa diseñar políticas públicas que no reduzcan la vejez a pensiones asistenciales, sino que apuesten por la inclusión digital, la autonomía económica, la innovación social y la dignidad.

    Si seguimos creyendo que innovar es asunto de jóvenes, estaremos desperdiciando talento, creatividad y una de las mayores oportunidades económicas y sociales de nuestro tiempo.

    La innovación no tiene edad. Su verdadera medida está en la capacidad de imaginar y construir futuros posibles e incluyentes, soluciones útiles, transformadoras y humanas para todas las etapas de la vida.