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"OPINIÓN"

"El sentido de las profesiones"

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27/11/2016 07:37

    A Adela Vega

     

    Ejercer una profesión en mayúsculas, exige mucho más que brindar un servicio técnicamente impecable, ser oportuno, cumplir con lo pactado en un contrato o facturar conforme lo pauta el mercado. Ejercer la profesión en sentido amplio, además de lo anterior, exige no perder de vista su horizonte ético. Dados los tiempos que corren, este último aspecto considero que es el más difícil de lograr, pero, a la vez, creo, el que distingue al profesionista en mayúsculas de aquel que no lo es, de ahí la necesidad de tener en cuenta tal horizonte.

    Dado que esta última aseveración podría despertar algunas susceptibilidades, convendría partir de la lista mínima de rasgos básicos que deben estar presentes en toda profesión.

    Según refiere Augusto Hortal en su libro “Ética general de las profesiones”, una profesión es una actividad ocupacional, en “la que de forma institucionalizada se presta un servicio específico a la sociedad, por parte de un conjunto de personas (los profesionales) que se dedican a ellas de forma estable, obteniendo de ellas su medio de vida, formando con los otros profesionales (colegas) un colectivo que obtiene o trata de obtener el control monopolístico sobre el ejercicio de la profesión, y acceden a ella tras un largo proceso de capacitación teórica y práctica, de la cual depende la acreditación o licencia para ejercer dicha profesión”.

    El filón ético de esta definición, se advierte de inmediato en su primera parte: la prestación de un servicio dirigido a satisfacer una necesidad social. En la medida que el servicio satisfaga demandas y necesidades sociales, la profesión cumplirá con su razón de ser. Por ejemplo, la razón de ser y sentido de la práctica médica tiene que ver con la necesidad de recuperar la salud de los pacientes; la razón de ser y sentido de la abogacía es que una persona sea defendida ante un tribunal; la de un financiero generar información relevante y oportuna para tomar decisiones; la razón de ser de un arquitecto es la de armonizar la estética con la funcionalidad de los espacios donde habitamos; la de un agricultor de mangos producirlos para satisfacer la demanda por ese fruto; el sentido de la práctica profesional de un biomédico en buena medida se cumple si éste es capaz de proveer los aparatos requeridos al momento de realizar una intervención quirúrgica; la razón de ser y sentido de un comediante es divertir al público que lo ve y escucha; la razón de ser de un político es la de hacer valer el mandato de la ciudadanía que lo eligió; el sentido de la actividad profesional de un sacerdote, ministro o monje es llevar a su comunidad la palabra que su credo profesa.

    Es importante decir que para que ninguna de las actividades profesionales mencionadas pierda su horizonte ético, además de realizarse con todo el expertise técnico requerido y cumplir con el marco legal vigente, no deberá dejar de lado su razón de ser por dedicarse a la búsqueda de los bienes externos que pueden derivarse de su ejercicio (dinero, prestigio, poder, movilidad social ascendente, etc.) ya que ahí se encuentra la semilla de la corrupción profesional. Me explico.

    Imagine que usted padece una enfermedad grave. Es del todo razonable que usted tenga  la expectativa de que su médico echará mano de todos sus conocimientos para que usted recupere la salud, antes de invitarlo a pagar la cuenta de la consulta. Lo mismo aplica para el caso de un político; la ciudadanía espera que éste trabaje en favor del bienestar común, y no para beneficiar a su partido, mucho menos a sus intereses individuales.

    En suma, el primer paso para no perder de vista el horizonte ético de la profesión reside en no anteponer los bienes externos que se derivan del ejercicio profesional (dinero, poder, movilidad social ascendente, etc.) a los bienes internos que la sociedad razonablemente espera de cualquier profesión. Actuar de modo contrario equivale a corromper moralmente el ejercicio profesional.

    Una segunda pauta ética contenida en la definición dada por Augusto Hortal es la que tiene que ver con la manera en que los grupos de profesionistas ejercen la profesión abriendo la puerta a otras disciplinas o especialidades. El “monopolio de la profesión” referido por Hortal, tiene que ver con los rasgos identitarios que distinguen a un arquitecto de un ingeniero civil, a un ingeniero químico de un ingeniero en mecatrónica, a un contador de un licenciado en finanzas o a un abogado litigante de un juez.

    Visto de esta manera, la práctica profesional debe entenderse como una actividad relacional donde la intervención de distintas disciplinas resulta ser una obligación estratégica, cuando se trata es atender y resolver demandas sociales complejas, de ahí que resulte sospechoso que algunos problemas como la baja productividad, la apertura a nuevos mercados, el desempleo, la corrupción o la baja participación ciudadana sean coto de un grupo de “expertos” que cierran el paso a la riqueza de las miradas y cooperación que pueden provenir de otras especialidades.

    Si lo pensamos con algo más de detenimiento, hay otras pautas éticas que se desprenden de la definición de Hortal, y que de entrada no saltan a la vista. Por ejemplo, hacerse cargo de los efectos o consecuencias de la prestación de un servicio es una de otras tantas responsabilidades que todo profesionista debe asumir, independientemente de que la ley no lo contemple o sea poco clara al respecto. Dado que no todo lo legal es moral, las obligaciones autoimpuestas por los profesionistas representan una oportunidad para llenar el sinnúmero de vacíos legales que rodean a toda práctica profesional.

    Teniendo en consideración las tres pautas señaladas (no anteponer los bienes internos a los externos, asegurar la cooperación interdisciplinaria y hacerse cargo de los efectos negativos del ejercicio profesional que no han sido previstos en la ley), ahora hagamos “la prueba del ácido” con algunas profesiones, para que usted determine si sus actores prestan un servicio que no traiciona el sentido o razón de ser de la profesión o, dicho de otro modo, son profesionales en mayúsculas.

    ¿La última vez que usted fue al médico, éste hizo hasta lo indecible para curarle antes de poner frente a sus ojos una abultada cuenta? ¿No le hizo análisis o estudios “de más”? ¿El arquitecto que diseñó y construyó su casa, contrató a un calculista para asegurarse de la resistencia de la estructura o buscó “ahorrarle” dinero haciéndolo él mismo? ¿El político por el cual usted votó ha cumplido lo que ofreció en campaña o se ha dedicado a trabajar por su partido? ¿El diseñador de páginas web que contrató para su negocio tiene una formación en programación informática o sólo sigue los formatos de libre acceso que hay en las redes? ¿El periodista al que usted sigue informa de manera objetiva o está siendo el vocero de un grupo, partido o alguien más?

    Si en cada uno de los casos, el profesionista en cuestión realizó aquello que es la razón de ser de la actividad profesional, entonces usted se encuentra frente a un profesional en mayúsculas, es decir, frente a una persona que no ha renunciado a sus obligaciones éticas.

    Si la respuesta es negativa, tenga la certeza de que usted está recibiendo un servicio por parte de un “chambón”, es decir, de alguien al que difícilmente podríamos llamar Profesionista en mayúsculas.

    @pabloayalae