El suceso del futuro

ALDEA 21
    El futuro no es lo planeado como se ha dicho, el futuro es este mismo instante que se conecta con el siguiente mientras que en este interminable ciclo de la existencia, aprendemos a convivir sin hacernos daño y sin dañar a la vida. El futuro no es lo que queremos, sino lo que hacemos, el futuro es lo que ahora estamos haciendo y lo que no también.

    Decía el novelista y filósofo francés Albert Camus que la verdadera generosidad hacia el futuro consiste en entregarlo todo al presente. Así hemos tratado de vivir nuestras vidas, intentando estar en paz con el pasado y evitando que el futuro nos arrebate el presente. Pero resulta tan difícil borrar los recuerdos y experiencias, como no tener esperanza y aspiraciones en la vida.

    Sin embargo, como el tiempo que sucede sólo en la percepción del ser humano, así estos tres sucesos de la vida y el pensamiento, son sólo producto de nuestra mente: el pasado, el presente y el futuro que sólo existen y se interpretan de manera individual. Se afirma que tanto el pasado como el futuro no nos dejan vivir en el presente, que continuamente nos acosan con lo sucedido en nuestras vidas y lo que pudiera sucedernos en ella.

    Es entonces que tenemos que sortear con estas tres formas de vida en las que hemos aprendido a coexistir y en las que constantemente intentamos encontrar equilibrio para alcanzar la pretendida y anhelada armonía de vivir. Cargamos con lo hecho, haciendo ahora, mientras pensamos en lo que habrá de ser, para seguir haciendo. Y así transitamos nuestros días, entre remordimientos, alegrías e incertidumbres.

    Por eso creo que el futuro es esa forma de vida humana que ocupa el sitio principal de nuestras mortificaciones en todo lo que hacemos, aunque a veces no hagamos nada. El futuro es entonces todo aquello que hemos llamado imaginación, ese pensamiento hecho de recuerdos y advertencias que nos habita en un tiempo que no ha sido y que carga continuamente con promesas y afanes en nuestras tentativas, miedos y deseos.

    Así creo se vive la vida hoy, o se ha vivido siempre supongo, con el mundo en cada cabeza, intentando acomodarnos cotidianamente y desacomodándonos finalmente. Pero siempre pensando en el futuro, cada quien en su cabeza y viviendo los mundos en los demás. Así se narra la historia, la nuestra y la de la humanidad.

    Es por eso que si hay algo que compartimos todos, es la pregunta del qué pasará o qué nos depara en el futuro, una duda colectiva que nos une en una misma preocupación, una misma necesidad en cada punto de partida desde lo individual y hacia el de todos los demás.

    Para José Daniel Edelstein, físico y divulgador científico argentino, nuestras vidas tienen la proa puesta en una dirección inequívoca: el futuro. Hacia allá vamos, a veces más rápido de lo que nos gustaría y otras tantas con pasmosa lentitud. Todos los caminos que ofrece el tiempo son de dirección única, una inexorabilidad que no era difícil de entender en épocas de relojes absolutos, de campanarios medievales que marcaban las horas para todos por igual. “El tiempo absoluto, verdadero y matemático, el de sí mismo y por su propia naturaleza, fluye uniformemente sin ser afectado por nada externo”, decía Isaac Newton. Pero a principios del siglo pasado se resquebrajaron estas convicciones de un modo sorprendente cuando Albert Einstein nos enseñó que el paso del tiempo depende del estado de movimiento y de la posición de quien lo experimente.

    El tiempo como suceso único, como experiencia propia en el que agotamos todas las posibilidades por compartirlo con los demás, por darle una razón, un propósito, un valor de vida mientras sucede. Así es como damos sentido a la ironía, cuando advertimos que el tiempo no existe, que ciertamente es una invención humana, sin embargo, sucede a cada instante.

    Y por eso a lo largo de la historia nos hemos dedicado a inventar el futuro, a imaginarlo con los demás, y aunque a veces los demás imaginen cosas distintas, siempre hay algo que nos une en ese río de Heráclito y su sentencia de que ninguna persona puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni la persona ni el agua serán los mismos.

    Por eso también hemos inventado muchas formas de vivir como sociedad, tantas que a estas alturas de la vida relegamos sus propósitos originales y volcamos por otros olvidando el pasado y empeñando el futuro. Hoy se vive en el presente más presente que nunca, tanto que ocupa el lugar del ayer y el mañana sin mayores contemplaciones, sin nada que cuidar y sin nada que advertir.

    Hoy las palabras y las ideas también dividen, fragmentan, separan, arruinan. El aprecio a lo diverso subestima las fracciones relegando al todo, en el que todos vamos, resquebrajados, sin tregua y sin perdón. Hoy el racismo, el consumismo, los feminismos, el individualismo, los fundamentalismos y demás “ismos” se multiplican como propósito innovador, como aciaga enfermedad social de la novedad.

    Y aunque la actual pandemia nos sacude todavía, la necedad de las aspiraciones materiales de vida se mantienen a pesar de los pesares, sin mirar al pasado, sin vivir el presente y esperando un futuro que difícilmente será como se ha imaginado.

    Pensar el futuro requiere más que aspiraciones, más que sueños, el futuro requiere del ayer y del ahora, del recuerdo y del vivir. El futuro no es lo planeado como se ha dicho, el futuro es este mismo instante que se conecta con el siguiente mientras que en este interminable ciclo de la existencia, aprendemos a convivir sin hacernos daño y sin dañar a la vida. El futuro no es lo que queremos, sino lo que hacemos, el futuro es lo que ahora estamos haciendo y lo que no también.

    Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.

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