El sueño de Gilberto

    Gilberto ha nacido en Guanajuato y tiene 53 años de edad, pero vive desde hace casi 20 en Sinaloa.

    Vive en La Curva, Mezquitillo, sindicatura de Costa Rica y su casa es la del fondo de lo que conocen como El Callejón.

    Ese ha sido el primer domicilio en inundarse con el desbordamiento del Río San Lorenzo y todo el sistema de riego que lo alimenta, producto de las lluvias de la noche del martes y madrugada del lunes por el ya degradado huracán Linda.

    Es mediados de noviembre de 2015.

    Para pasar hay que eludir mucho lodo, a veces heces de perro y agacharse para evitar las ramas de un joven tabachín.

    Jesús, el hijo menor de Gilberto, da las buenas tardes e invita a pasar.

    “Era en la madrugada cuando sentí el agua, me quise bajar de la cama y me fui”, recuerda. Viste sólo un short.

    Lodo hay donde sea, por eso hay que pisar los seis pedazos de escombro que han colocado en hilera y sirven de camino.

    El Alcalde Sergio Torres Félix y una pequeña comitiva han sido guiados hasta el fondo del poblado de seis calles verticales y cuatro horizontales. En el fondo, donde termina todo, allá está el terreno de Gilberto.

    Está lleno de barrial. Ahí Gilberto y sus hijos han construido pequeñas habitaciones con lo que pueden. No es una casa, son sólo varias habitaciones. Las cocinas, los fogones, están afuera.

    Cuando el Alcalde llega, una de las esposas de uno de los tres hijos de Gilberto utiliza un pedazo de estufa oxidado como comal que ha puesto en la hornilla. Encima hay una tortilla de nixtamal ya cocida por el lado de arriba. Ella cocina de lado para evitar el calor en la panza, pues está embarazada.

    Gilberto ha salido de su habitación, donde estaba recostado, y charla con el Alcalde.

    “Estaba yo dormido cuando sentí el agua”, recuerda. “Bajé la mano, ¡íngasu!”.

    No pide más que un “cuadrito de piso” para lo que sería su porche, y unos viajes de tierra para elevar su terreno.

    Torres Félix se compromete con los viajes: Nosotros le vamos a ayudar.

    Le piden su nombre y número de celular, pero ni Gilberto ni su esposa saben de memoria el número. Cuando les dejan un papel, ya todos se han ido.

    Gilberto es de Guanajuato, pero le ha gustado Sinaloa para vivir.

    Recuerda que llegó con sus seis hijos, tres varones y tres mujeres, y comenzó a ganar dinero en el campo.

    “Yo agarré la yunta desde los 11 años”, dice orgulloso, “pero yo les digo a mis hijos que ya me canso”.

    Le gustan los camarones, el pescado del que aquí compra seis kilos con lo que en Guanajuato cuesta uno.

    Luego le dicen que si qué come, porque no se ve tan viejo como los de la misma edad.

    El cuarto en que duerme lo ha hecho él mismo, retoma la plática.

    “Aquí deben ir unas cadenas”, dice y señala la base de las paredes que están malhechas y con intentos de enjarre de concreto. Aquí dalas, aquí algo más, para que no se abran las paredes. No tiene cimientos.

    ¿Ah, le hace usted a la albañilería?

    No, pero ahí más o menos la hice.

    Cabe apenas una cama matrimonial y un montón de ropa hecha bola. Estaba recostado cuando llegó el Alcalde.

    Gilberto recuerda que compró el terreno hace unos ocho años, en seis mil pesos. Aquí vive un hijo, dice y señala una habitación. Allá el otro y acá el soltero.

    La casa de Gilberto está a al menos 100 metros del dren.

    ¿Qué fue lo que pasó?, ¿cómo se llenó de agua?, se le pregunta.

    Gilberto responde con otra pregunta. ¿De verdad quieres ayudarme? Luego pide pluma y papel. Dibuja: aquí está el dren, la gente agarra arena o tierra aquí y deja hoyos. El dren necesita una represa. Lo explica y lo vuelve a explicar.

    Luego, al final, expresa, pide: “Dígales, si me quieren ayudar, que hagan eso”.

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