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"OPINIÓN"

"El ‘Uno’ heideggeriano"

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    @oscardelaborbol


    Un amable lector de Tijuana, Saúl Ochoa, me ha pedido que aclare un concepto de Heidegger: el “Uno” y, aunque esta columna no es para particularidades filosóficas, más propias de la academia, sino para reflexiones abiertas, procuraré complacerlo sin desviarme de mi habitual proyecto. Por tanto, en lugar de hablar de Ser y tiempo, propongo una pregunta cualquiera: ¿qué es lo que cohesiona a un hormiguero y qué a nosotros para vivir en sociedad?, o dicho de otra manera: ¿por qué las hormigas viven juntas y nosotros, siendo individuos, también? Desde el enfoque evolutivo la respuesta es la misma (todas las características de los seres vivos tienen la misma respuesta): sobrevivir. Sin embargo, hay una cierta malicia al introducir la palabra “individuo” en nuestra pregunta, pues sabemos que las hormigas son, de hecho, células de un organismo mayor que las integra: el hormiguero; y nosotros, en cambio, no tenemos ese instinto natural que nos haga actuar ciega e irremisiblemente para la conservación de la sociedad: no somos células sociales.

    A nosotros, a falta de ese instinto, lo que nos integra es que compartimos una visión del mundo, una cosmovisión o una ideología; no nacemos con el civismo ni con el nacionalismo ni con una idea innata de lo que social e históricamente se considera el bien y el mal. Todo esto lo aprendemos a través de la educación que recibimos (educación formal, no formal e informal), y su color depende de las coordenadas espacio-tiempo que nos hayan tocado.

    Heidegger -que como buen filósofo se refiere al mundo y no solo a otras filosofías (como hacen los mal llamados filósofos: los profesores de filosofía)- se percata de que en los giros comunes y corrientes del lenguaje utilizamos la forma impersonal: “uno” y el correspondiente “se”: uno no come de esa manera, uno no se viste así, uno no pinta de ese modo; se come así, uno se viste así, este es el modo como se pinta, etcétera; y comprende que en esos giros del lenguaje aparece un rasgo distintivo de los seres humanos: el famoso Uno. ¿Qué importancia tiene? Pues, una mayúscula, ya que pensamos con el lenguaje y si el lenguaje posee giros frecuentes, entonces esos giros nos gobiernan.

    ¿La autoridad de quién se invoca cuando un padre dice a su hijo: ¡Uno no se viste así! Ese Uno no es nadie, es la costumbre, es una potente fuerza de autoridad que radica en una entelequia intangible y vana, pues así como pudo volverse costumbre tomar el tenedor con la mano izquierda para llevarse el bocado a la boca, pudo también haberse vuelto costumbre tomarlo con la derecha (como en efecto acostumbran los alemanes). Ese Uno es un factor poderosísimo que actúa sobre nosotros desde el lenguaje impidiéndonos ser libres.

    Ante el Uno hay tres posibles reacciones: 1) Nos sometemos a él y la renuncia a nuestra individualidad es recompensada con la aceptación social, o 2) No acatamos el Uno y entonces nos excluyen y, a veces, hasta nos matan, o 3) No logra matarnos -que fue lo que les ocurrió a tres famosos pintores, por citar un ejemplo gráfico: El Greco, Van Gogh y Gauguin; los tres fueron rechazados en vida por no ajustarse al “Uno pinta así”- y entonces, el Uno descubre otra manera de anular a quienes no se alinean: los vuelve el nuevo canon, el nuevo Uno: “Así se pinta ahora”. En conclusión, El Uno siempre triunfa, pues aniquila de una forma u otra: impidiendo avanzar al disidente o disolviendo su individualidad al convertirlo en el nuevo Uno entre quienes lo imitan.

    La sociedad requiere, para sobrevivir, que los individuos estén cohesionados o, dicho de otro modo, que se mantenga el Uno, no importa cuál sea este. Y esto explica también la presencia de dos tipos de individuos: quienes defienden denodadamente el Uno en turno, las costumbres, los conservadores, y aquellos a quienes Heidegger denomina “auténticos”, yo prefiero llamarlos inconformes, aquellos que defienden su diferencia, su visión distinta de las cosas, pues son ellos quienes, literalmente, desencadenan la historia, los cambios. El Uno, sin embargo, es perverso, ya que siempre gana: gana aniquilando a quien se le opone o gana haciendo que la diferencia del inconforme se disuelva entre los seguidores: quienes encumbran el nuevo Uno. La sociedad es un hormiguero extraño, pero hormiguero al fin.

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