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"Opinión"

"El valor de decir ‘lo siento’"

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29/01/2019 19:14

    Joel Díaz Fonseca

    jdiaz@noroeste.com

     

     

    En 1970 se estrenó la película Love story (Historia de amor), basada en la novela homónima de Erich Segal, que fue protagonizada por Ryan O’Neal y Ali MacGraw.

     

    Este film obnubiló a la juventud de la época, que vivía una etapa de romanticismo tal, que la frase “amor es nunca tener que pedir perdón”, pronunciada por MacGraw en su lecho de muerte, dio pábulo para que se generaran decenas o tal vez cientos de frases similares que se intercambiaban como barajitas.

     

    La mayoría de los jóvenes de esa época creían realmente, como todavía lo creen muchos hoy en día, que dicha frase es la quintaesencia de las definiciones del amor, aunque en realidad es una de tantas frases que tienen mucho de melodrama, y que se van creando y difundiendo (en aquellos años se hacía por medio de tarjetas postales, hoy se difunden en las redes sociales), y que los enamorados se tragan enteritas, sin analizarlas a fondo.

     

    Es cierto que quien ama verdaderamente (a Dios, a los padres, a la pareja, a los hijos, a un amigo, a un maestro, etc.) no hará nada que pueda ofender o lastimar a aquel o aquellos a quienes jura que ama. Pero eso es imposible, somos humanos y por tanto incurrimos con bastante frecuencia en faltas contra aquellos a los que amamos.

     

    Eso de “amar es nunca tener qué pedir perdón” es una verdad de perogrullo, tautología pura, para el consumo de las masas.

     

    La esencia del amor está contenida en la frase dicha por Jesús cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más importante: “Ama a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo”.

     

    Quien cree sin reticencias en los alcances de este precepto, tratará de hacer todo lo posible para cumplirlo, y ello implica no ofender ni lastimar a nadie.

     

    San Pablo hizo en su primera carta a los Corintios la más bella disección de lo que es y de lo que no es el amor:

     

    El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

     

    Y remató con esta contundente sentencia:

     

    Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá, pero el amor no pasará jamás”.

     

    Hace unos días, escuchando un viejo disco compacto, me encontré con la canción “Por volverte a ver”, interpretada por el cantante español Dyango, que describe muy bellamente el sentimiento del amor, el amor que todo lo soporta y todo lo disculpa, el amor que también conduce a la contrición, al arrepentimiento por los errores cometidos.

     

    Nos fallaron dos palabras y sabernos perdonar, qué fácil era haber dicho ‘lo siento’, pero nos sobraba orgullo y nos faltaba humildad, y cuesta tanto esfuerzo ser el primero en hablar, que cuando uno se atreve es tarde ya”.

     

    En ese breve párrafo está sin duda la esencia del amor total, que no da cabida a la envidia, no procede con bajeza, ni busca su propio interés.

     

    Es el amor que, como enseña San Pablo, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.

     

    Por lo mismo, quien ama más allá de sus propios intereses, disculpa todo y todo lo soporta, y es capaz de decir “lo siento” cuando lastimó o traicionó a alguien, o cuando sabe que pudo haber hecho algo más por esa persona que necesitaba de su apoyo.

     

    Son esos momentos de humano desencuentro lo que hace decir a Amado Jaén, el autor de la letra de esa canción: “Hoy daría media vida por volverte a ver y recuperar el tiempo que se me escapó”.

     

    Puede que se trate de un distanciamiento temporal, o de una ausencia definitiva por la muerte de esa persona con la que uno no se dio nunca el tiempo para el reencuentro, para decir esas dos sencillas palabras, fáciles de pronunciar: “Lo siento”.

     

    Pero hay que entender que no es lo mismo ofrecer y otorgar el perdón que pedirlo. Nosotros, hechos a imagen y semejanza de Dios, debemos estar dispuestos a perdonar, siempre, aún a quien nos haya ofendido gravemente.

     

    Y el perdón no se obtiene en automático, es necesario el acto de contrición de quien lo procura. No puede haber perdón si no existe un verdadero arrepentimiento del ofensor y el compromiso de compensar el daño que se haya causado.

     

    Quien ama verdaderamente estará siempre dispuesto a decirle “lo siento” a aquel a quien ofendió y también a perdonar cualquier ofensa. Esa es la maravilla del verdadero amor.