Jorge del Rincón Bernal
Amables lectores, al leer mis correos me encontré un artículo de Eduardo Albores sobre este tema, me pareció necesario compartirlo con ustedes.
Integridad es obrar con rectitud y apego a los principios. La palabra “integridad” implica rectitud, bondad, honradez, intachabilidad; alguien en quien se puede confiar; sin mezcla extraña; lo que dice significa eso: lo que dijo; cuando hace una promesa tiene la intención de cumplirla.
Los valores humanos claves expresados en una cultura organizacional son fundamentales para hacer de ésta una entidad no solo productiva sino comprometida con su comunidad. “La integridad es la fortaleza de espíritu que nos hace permanecer fieles a nuestros principios”.
Cuando le preguntaron a Confucio quién merecía ser calificado como “hombre superior”, el sabio contestó: “Aquel que primero pone en práctica sus ideas y después predica a los demás lo que ya realiza”. En efecto el principio de predicar con el ejemplo y de cumplir los principios que postulamos, es “virtud de mentes y almas superiores”. “La integridad es la fortaleza de espíritu que nos hace permanecer fieles a nuestros principios”.
En una sociedad donde se pierden los valores y crece la desconfianza, la integridad es un desafío impresionante en los negocios, la familia, el Estado y la sociedad en general.
En la expresión popular se dice que algo es o está íntegro cuando aparece completo, es decir, no le hace falta nada y es aceptable como producto u objeto. La integridad se refiere a una capacidad o facultad en el individuo de actuar, pensar, sentir, en definitiva ser lo más completo posible. La integridad es uno de los valores más cercanos a la perfección, si acaso no es una de sus avenidas más directas. En este importante valor, tan extraño en la cotidianidad, confluyen otros valores que facilitan su vivencia y expresión: honestidad, rectitud, sinceridad, libertad, pureza, en fin, hacen a la persona digna de lo que es, lo que hace, así como confiable y ejemplo de vida para otros.
La integridad es de carácter total; no puede pensarse que un individuo sea íntegro en unas cosas, entre tanto, en otras no, pues dicho valor no admite puntos intermedios para justificarse cuando se debe ser íntegro o no. Tampoco puede confundirse la honestidad con la integridad; en la primera, las personas no toman posesión de lo que no es suyo y demuestran buen cumplimiento de las normas sociales y reglas diversas de comportamiento y relaciones interpersonales. En la integridad la persona hace extensivo su comportamiento ético a todas las situaciones en las que se ve inmerso o participante. Por ejemplo: alguien muy honesto puede devolver algo (dinero, bien) que no es suyo, pero ser desleal a su cónyuge, familia o amigos (no ser íntegro)
De modo que podemos discernir como una gran parte de nuestra cultura, y los procesos en ella vivenciados están en su mayoría carentes de integridad.
En realidad, la integridad implica un buen grado de madurez en el nivel ético y espiritual, que conducen a la persona a actuar lo mejor posible en todas las circunstancias, pues este valor afecta positivamente a todo su entorno. Las personas íntegras son confiables, delegables, irradian y comparten sabiduría, y son además facilitadoras de las relaciones interpersonales.
De manera que, una persona íntegra responde a sus valores adquiridos, a sus convicciones más profundas, orientadas siempre hacia el bien y al desarrollo de la familia y la sociedad donde participa. La integridad es cierta evidencia de excelencia en el comportamiento integral de la persona.
Continuamente creamos nuestra realidad a través de las elecciones que hacemos, momento a momento -creando y manteniendo la armonía al seguir nuestra conciencia y actuar por el bien más elevado.
La recompensa de enriquecer continuamente nuestra integridad personal es que nos volvemos más conscientes de nuestra naturaleza armónica, de nuestra “chispa” divina.
Al vivir con integridad personal los demás se dan cuenta que pueden confiar en nosotros -nos convertimos en un amigo digno de confianza- un valor para nuestra familia del mundo.
Cuando integramos personalmente nuestra conciencia más elevada en nuestra vida diaria, en nuestras acciones cotidianas, tenemos mayor capacidad para disfrutar la felicidad y la armonía.
Los griegos eran expertos en hacer figuras en mármol. Muchas veces al estar trabajando el mármol descubrían grietas en él, la cual, naturalmente, le quitaba valor a la obra. Algunos, entonces, cubrían esas grietas con una cera especial; la pulían y quedaba aparentemente perfecta, pero cuando la figura era expuesta al calor del sol la cera se derretía y quedaba descubierto el engaño. Por eso, era común encontrar, donde vendían esas piezas de mármol, un letrero que decía: “Se venden figuras en mármol puro; sin cera”. De ahí, viene nuestra palabra en español sincero.
En mi juventud tuve la oportunidad de conocer la suerte, palabra que no creo en su plenitud porque desde joven dudé de ella como un bien espontáneo y total, sin hacer nada por alcanzarlo.
Si menciono a la suerte, es porque conocí a la persona que fue mi mentor de la integridad, de nombre Efraín González Luna a quien tengo mucho que agradecerle.