Me llega esta reflexión, muy oportuna: “Un hombre de 92 años, bajo, muy bien vestido, quien cuidaba mucho su apariencia, se está cambiando a una casa de ancianos hoy. Su esposa de 70 años murió recién y él se vio obligado a dejar su hogar. Después de esperar varias horas en la recepción, gentilmente sonríe cuando le dicen que su cuarto está listo. Conforme camina lentamente al elevador, usando su bastón, yo le describo su cuarto, incluyendo la hoja de papel que sirve como cortina en la ventana. “Me gusta mucho”, dijo, con el entusiasmo de un niño de 8 años que ha recibido una nueva mascota. “Señor, usted aún no ha visto su cuarto, espere un momento, ya casi llegamos”. “Eso no tiene nada que ver”, contesta. “La felicidad yo la elijo por adelantado. Si me gusta o no el cuarto no depende del mobiliario o la decoración, sino de cómo yo decido verlo y ya está decidido en mi mente que me gusta mi cuarto. Es una decisión que tomo cada mañana cuando me levanto. Yo puedo escoger: Puedo pasar mi día en cama enumerando todas las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que no funcionan bien, o puedo levantarme y dar gracias al cielo por aquellas partes que todavía trabajan bien. Cada día es un regalo, y mientras yo pueda abrir mis ojos, me enfocaré en el nuevo día, y todos los recuerdos felices que he construido durante mi vida”. Moraleja: la vejez es como una cuenta bancaria; tú retiras al final lo que has depositado durante toda tu vida. Así que mi consejo para ti es que deposites toda la felicidad que tengas en tu cuenta bancaria de recuerdos. Gracias por tu parte para llenar mi cuenta con recuerdos felices, los cuales yo todavía sigo llenando.
Isomne en Dublín
¿Te gustó la película gringa “Insomne en Seattle” (1993, comedia romántica, con Tom Hanks y Meg Ryan)? Bueno, pues ahora leo esta crónica de Bill Bonner. Habla de su insomnio. Quizá convenga recordar que Bill es un pata de perro profesional: todo el tiempo se la pasa de un lado a otro del planeta (en avión, barco, tren, auto, caballo, lo que sea) a veces por trabajo, a veces por placer y a veces nomás para no aburrirse: “Estoy en Dublín, Irlanda. Anoche no pude dormir. A algunas personas le gusta el confortable sonido de campanas tañendo cada cuarto de hora. Otras se arrullan si la abuela les canta canciones de cuna. Pero cuando vienes, como yo, de Baltimore, simplemente no te puede relajar sin oír el ruido de las sirenas de la policía y de vez en cuando el sonido de tiroteos ocasionales. Sientes que algo te falta, que algo está mal. ¿Qué le pasa a Dublín? La tasa de asesinatos en Baltimore anduvo el año pasado en 49 por cada cien mil habitantes, unas 25 veces más alta que la de aquí. ¿A qué se debe una tasa tan baja? ¿Cuál es su problema? ¿Acaso no tienen musulmanes trastornados? ¿No tienen policías felices de apretar el gatillo?¿ No hay guerras contra las drogas? ¿No tienen veteranos afectados? Algo debe de andar muy mal aquí. En Baltimore las cosas son más normales: un promedio de un votante diario asesinado”. Entiendo a Bill en su insomnio. Acá en la colonia Cuauhtémoc de esta Corruptitlán de mis Pecados, toda la noche, todas las noches, las sirenas de la patrullas policiacas nunca dejan de arrullar nuestros sueños. No hay como sentirte seguro, ¿no crees?
Ciudades violentas
Los tres ciudades más mortíferas: Caracas, San Pedro Sula, San Salvador. (Entiendo lo de San Pedro Sula: hace un calor del supercarajo.) Caracas tiene una tasa de asesinatos de más del doble de la de Baltimore. Por países: Brasil, 5. Venezuela, 8. México, 5 (Acapulco, Culiacán, Tijuana, Victoria, Obregón. ¡No está Juárez!). Sudáfrica y EU empatados con 4 (San Luis, Baltimore, Detroit y Nueva Orleans).