El valor de vivir como se cree: una reflexión desde El Pepe

20/05/2025 04:01
    Mujica nos enseñó que no se trata de ser perfectos, se trata de ser honestos, que en un mundo que grita y compite, el verdadero acto revolucionario es cuidar, escuchar, compartir.

    Hay hombres que no necesitan levantar la voz para que el mundo los escuche, que no conquistan multitudes con estridencia, sino con silencio. Pepe Mujica fue uno de ellos.

    No porque le faltaran palabras, sino porque sus actos hablaban con una claridad que pocos discursos alcanzan.

    Durante años, mientras dirigía un país, vivía en una pequeña casa a las afueras de Montevideo. Cultivaba flores, conducía su viejo vocho y donaba la mayor parte de su sueldo, no lo hacía para parecer humilde, lo hacía porque creía, profundamente, que el poder no te separa de la gente, sino que te obliga a estar más cerca y coherencia, con la que vivió, es la forma más profunda de liderazgo.

    Mujica amaba los tangos, porque le hablaban al alma, amaba el campo, porque le hablaba del tiempo, amaba a su gente, y escuchaba el dolor ajeno, ese que también es responsabilidad propia.

    Estuvo 12 años preso. Varios de ellos en soledad, donde aprendió a hablar con las hormigas, con las paredes, consigo mismo,de allí salió sin odio, con el alma más pulida, más suave, y la mente más lúcida.

    Cuando se le dio la oportunidad de gobernar, lo hizo sin rencor, no persiguió, no se vengó.

    Abrazó al país con las manos llenas de historia y el corazón despojado de orgullo.

    Mujica nos enseñó que no se trata de ser perfectos, se trata de ser honestos, que en un mundo que grita y compite, el verdadero acto revolucionario es cuidar, escuchar, compartir.

    Sus palabras no eran teorías de biblioteca: eran la consecuencia de una vida vivida con profundidad. Mientras otros construyen muros, él hablaba de puentes. Mientras otros explotaban el miedo, él hablaba de amor. Mientras el odio se volvía rentable, él insistía en la ternura, en la dignidad, en el cuidado del otro, del ajeno, del extraño.

    Vivió con convicción. No como adorno, sino como brújula, como quien sabe que la política no es un negocio, sino una herramienta para mejorarle la vida a los demás, como quien entiende que no basta con indignarse: hay que hacer, sembrar, sembrar como sembrara su campo de flores.

    Y no lo hizo sólo con ideas, lo hizo con símbolos, signos, con renuncias y con silencios.

    Hoy, en un mundo saturado de imágenes y eslóganes, la figura de Mujica nos recuerda algo esencial: que se puede vivir de otra forma, que no todo está perdido, que aún se puede hacer política con decencia, que aún se puede vivir con los pies en la tierra, la mirada en el otro y el corazón intacto.

    Pero hablar de Mujica es también hablar de Lucía. De su compañera de toda la vida.

    De esa mujer que luchó a su lado en la clandestinidad, que fue su sombra y su espejo.

    Lucía Topolansky, la flor más firme de aquel jardín. Juntos compartieron la cárcel, la tierra, los tangos, las causas y el pan.

    Y construyeron un tipo de amor que no se exhibe, sino que se cultiva. Un amor como el que él tenía por las plantas: discreto, cuidadoso, paciente. Una forma de estar en el mundo donde el amor no es una emoción fugaz, sino una ética cotidiana.

    Este no es sólo un homenaje.

    Es una invitación a preguntarnos si estamos viviendo como pensamos.

    Si nuestras palabras construyen o destruyen.

    Si nuestras acciones reflejan el mundo que queremos dejar atrás.

    En tiempos de ruido, codicia y división, necesitamos más que nunca recordar su mensaje: el amor, la inclusión, el respeto y la coherencia no son signos de debilidad, sino de una fuerza que no se compra ni se impone: se siembra.

    Pepe Mujica no fue un santo. Fue, y sigue siendo, un testimonio humano, un espejo y a veces un faro.

    Y aunque el tiempo pase, aunque el mundo cambie, él estará presente donde alguien decida vivir con dignidad, donde alguien abrace sin prejuicio, donde alguien siembre flores con las manos llenas de historia.

    Quizá por eso sigue y seguirá inspirando a generaciones enteras, a jóvenes que buscan otra forma de hacer las cosas. A líderes que todavía creen que vale la pena vivir de acuerdo a lo que uno cree. A quienes están cansados del cinismo y necesitan un ejemplo de coherencia.

    Porque hay figuras que no sólo se recuerdan: se siembran.

    Y tú, ¿qué estás sembrando?

    Gracias totales, Pepe.

    Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

    Es cuanto.