Entre el deber, el servicio y la nostalgia

    jehernandezn@hotmail.com

    Un académico al que le han dado la oportunidad de escribir o hablar en un medio de comunicación está obligado a ayudar a la comprensión de lo que sucede en su entorno y nunca utilizar el espacio para intentar colonizar conciencias.

    Hoy, frente al proceso electoral en marcha, algunos analistas toman partido en uno u otro bando político, o sea, dejan de hacer la tarea didáctica de ayudar a comprender y tratan de influir en los lectores de esos medios. Traiciona la confianza brindada quien teóricamente tiene los instrumentos para entender y desgranar minuciosamente las piezas de los procesos políticos minando la confianza no sólo de sus potenciales lectores sino de los clientes de ese medio.

    Vamos, hacen campaña, desde su tribuna, en favor de un candidato o candidata, o en contra, sin que la propaganda signifique una entrada económica para el negocio de la comunicación, en cambio, satisface los intereses de ese analista convertido en un propagandista de ocasión.

    Se dirá tramposamente que es el ejercicio de la libertad de expresión, aquella que llaman a que se escuchen todas las voces, pero, evidentemente, eso no es cierto, la libertad de expresión tiene que ver con el diagnóstico del estado de la cuestión y las alternativas que ese análisis ofrece de tal manera que el lector desprovisto de esa información pueda ser ayudado a tomar las mejores decisiones en el momento de votar.

    Lo otro es propaganda y tiene como objetivo la colonización ideológica de incautos que, implícitamente, de quienes en su imaginario son incapaces de reflexionar por sí mismos y tomar sus propias decisiones, lo cual habla de un abuso tanto contra el medio como a los que le brindan su confianza.

    Peor, todavía, son los posibles efectos sobre el debate público. Y, es que el debate público, el de las ideas que deberían girar alrededor de los conglomerados llamados partidos políticos, como los definió el ideólogo comunista Antonio Gramsci son, eran, “intelectuales colectivos” que expresaban en clave de izquierda derecha un ideario de derecho y justicia social, sin embargo, aquella visión dista de ser lo que imaginó el intelectual italiano y tenemos una visión gobernada por las mass media y, a través de ellos, imponen percepciones políticas.

    Y, más, en el caso de lo que hoy se llama democracia de audiencias que son visibles en modelos políticos populistas, es decir, en una personalización grotesca de la política. Allí los partidos son en el mejor de los casos una maquinaria electoral, pero, casi siempre, la última palabra la tiene el líder, como sucedió recientemente en el caso de México.

    Recordemos la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum y de la alianza “Juntos hacemos historia” simplemente, la legitimaron los partidos, porque la decisión a todas luces fue un solo hombre y no de aquel “intelectual colectivo” del que hablaba Gramsci o mejor en Sinaloa, sucedió está semana con la lista de candidatos y candidatas de Morena que no se atrevió hacer pública.

    Merary Villegas, la dirigente estatal de ese partido, seguramente, porque no estaba de acuerdo con que el Gobernador decidiera quién sí y quién no va por una candidatura, entre ellas, se excluyó a la propia Merary que ha manifestado su interés por competir por la alcaldía de Culiacán y, claro, ahí tenemos al profesor Carlos Rea, con la gorra de Morena bien puesta, haciendo el trabajo sucio que estatutariamente no le corresponde y haciéndole un guiño al Gobernador.

    Entonces, volviendo a los propagandistas que tenemos en la prensa y dónde la regional no está exenta de esta contaminación en la llamada libertad de expresión pautada por preferencias personales y, peor si hay intereses económicos o políticos, lo que termina siendo lo peorcito del periodismo de opinión porque simple y sencillamente pretende convertirse con mayor o menor éxito en una suerte de “atrapa tontos” que van con sus columnas cada semana de pesca.

    “Es Claudia”, dice sin más la propaganda política y el propagandista la réplica sin filtro alguno, no podría ser de otra forma si cree con esa altura de miras y lo que escribe con el manto del “análisis” más que la escenografía de un discurso, mejor el manto de una creencia o una reminiscencia ideológica, cómo diría un amigo periodista refiriéndose a este tipo de personajes “buscan subirse al último vagón de la izquierda” esa, que hoy le rinde culto a su nostalgia y, cree, está en la figura y el ideario de AMLO y la 4T.

    Sin embargo, la realidad parece resistirse y demuestra constantemente que eso a lo que se le llama izquierda obradorista, no es otra cosa que populismo, o sea, en su esencia busca una actualización del viejo PRI que resultó, recordemos, una calamidad para la propia izquierda cuando muchas veces persiguió asesinó y encarceló a las figuras más entrañables de esa memoria y que hoy, el propagandista omite sin pudor para no claudicar ante su propia fascinación política.

    En definitiva, estamos viviendo tiempos raros, tremendamente raros, donde estos académicos se han despojado de todos los arreos que los vestía en el pasado, y quizá los sigue vistiendo frente a sus cuatro fieles lectores para exhibirse como propagandistas de una objetividad cargada de la nostalgia del último vagón. Esa nostalgia que Joaquín Sabina la sintetizo en aquella frase de su bella canción Con la frente marchita: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.

    Al tiempo.

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