En otra columna, comentamos algunas de las tesis que plantea el neurocientífico Michel Desmurguet, en su libro “La fábrica de cretinos digitales”, donde planteó los peligros que conlleva la exposición prolongada y uso desproporcionado de las pantallas que hacen las nuevas generaciones. Se calcula que el consumo de pantalla de un niño de 2 años corresponde a tres horas diarias, mientras que de & a 12 en cinco horas, y en la adolescencia se dispara a siete.
El autor subrayó que el uso indiscriminado de la tecnología produce graves complicaciones físicas, que van desde la obesidad, hasta los problemas cardiovasculares y la reducción de la esperanza de vida, así como problemas emocionales: agresividad, depresión, comportamientos de riesgo, al igual que problemas en el desarrollo intelectual: empobrecimiento del lenguaje, y falta de concentración y de memoria.
No conforme con este libro, Desmurguet publicó otro, titulado “Más libros y menos pantallas”, donde detalla la gran pérdida de lectura que se está produciendo, sobre todo en la etapa de la infancia, por lo que invita a medir y regular el tiempo de exposición a las pantallas, porque “enseñar a usar las pantallas no es lo mismo que usar las pantallas para enseñar”.
El autor desmitifica la idea de que hoy se lee más que antes, pues contamos con las pantallas como permanentes distractores que no permiten la concentración necesaria, así como el contacto y comunión íntima con el libro.
Convendría recordar una cita de Víctor Frankl, quien falleció en 1997, pero ya percibía los riesgos del frenesí tecnológico: “Considero el ritmo acelerado de la vida actual como un intento de automedicación, aunque inútil, de la frustración existencial. Cuanto más desconoce el hombre el objetivo de su vida, más trepidante ritmo le da”.
¿Jerarquizo adecuadamente el consumo tecnológico?