La palabra escrúpulo no goza de buena fama y prestigio. Normalmente se usa para expresar que alguna persona tiene dudas, recelo y reservas sobre alguna cuestión de conciencia que le molesta profundamente.
Se refiere a alguien aprensivo que trata de ser lo más justo posible, pero se embrolla en controversias, minucias y detalles que le obstaculizan y lastiman, impidiéndole actuar en consecuencia. Intenta ser justo, pero se confunde, obnubila y retarda demasiado su acción, por lo cual se dice que es muy escrupuloso.
Sin embargo, también puede utilizarse para referirse a una persona cruel, desalmada, sin ética ni conciencia, que no repara en medios o estratagemas con tal de alcanzar sus perversos y aviesos fines.
El término escrúpulo proviene del latín y significa una pequeña piedra que lastima a la persona al caminar, hasta que se quita el zapato y la retira.
Mauricio Beuchot, preguntándose sobre la utilidad de la filosofía, hizo referencia también a esta etimología: “Dentro de los enfoques interdisciplinarios, la filosofía tiene su interés, incluso su utilidad; sobre todo, porque representa la conciencia moral o ética de la sociedad. Siempre el filósofo ha sido el que llama la atención hacia el bien común de la misma, del cual suelen apartarse los gobiernos y hasta los ciudadanos.
Precisó que la Filosofía cumple con la función de ser escrúpulo: “el scrupulus, que era una piedrecilla en el zapato, molesta hasta hacer que uno se detenga. Y eso es lo que hace el filósofo con la sociedad en la que le ha tocado vivir: ser un escrúpulo benéfico en la conciencia moral de los pueblos”.
Platón, en la Apología, señaló que Sócrates también fue considerado un tábano, porque constituía un tremendo aguijón que fustigaba e incomodaba a las autoridades.
¿Soy escrúpulo benéfico? ¿Sacudo la conciencia moral?