En los últimos años, la esperanza de vida se ha alargado de manera exponencial. En la Edad Media, por ejemplo, era de 49.4 años para los varones y 53.3 para las mujeres. En cambio, la media mundial en 2016 rondaba en 70 años para los hombres y 73 para las damas.
El promedio de vida ha aumentado considerablemente, sobre todo gracias a las medidas de salud pública, hábitos higiénicos, avances médicos y tecnológicos, así como a la mejor organización en las comunidades que posibilitan se goce de una vida más saludable, así como a la reducción de la mortalidad infantil.
Actualmente, se constata que algunas personas puedan rebasar la barrera de los 100 años. Sin embargo, no siempre es posible debido a los nocivos hábitos que conlleva el ritmo de vida moderna: estrés, sedentarismo, comida rápida, consumo excesivo de harina, azúcar, alcohol, además del recurso a innumerables tipos de adicciones.
Es claro que este aumento de longevidad y retardar de la vejez producirá profundos cambios sociales y problemas en seguridad social. En efecto, hoy se estima llegar a una esperanza de vida de 120 años, e incluso, se plantea si se pueda extender hasta los 150, pero esto colapsaría el actual sistema de pensiones, además de originar una gran cascada de cambios en el entorno familiar y social.
Asimismo, es preciso manejar con cuidado estos datos, porque la esperanza de vida no es la misma en las naciones más desarrolladas, que entre los países con mayores desigualdades.
De todas formas, lo más importante es la calidad de vida, más que su duración, como humorísticamente asentó Anthony de Mello: “Con la vida ocurre lo mismo que con los chistes: lo importante no es lo que duren sino lo que hagan reír”.
¿Alargo mi esperanza de vida?