Navidad es amor, ternura, romanticismo y dulzura. Sin embargo, corremos el riesgo de vivir una Navidad absurda y acaramelada, sin que cuestione y sacuda nuestras conciencias. Por eso, conviene recordar la incómoda reflexión de Navidad que hizo a sus fieles Antonio Bello, quien fue obispo de Molfetta, Italia, y falleció en 1993.
“Queridos, no cumpliría con mi deber de obispo si les dijera: “Feliz Navidad” sin molestarlos. Yo, en cambio, quiero fastidiarlos. De hecho, no soporto la idea de tener que enviar saludos formales e inofensivos impuestos por la rutina del calendario. Incluso me halaga la idea de que alguien los rechace por considerarlos no deseados”.
Añadió: “Jesús, que nace por amor, les dé las náuseas de una vida egoísta, absurda, sin impulsos verticales y les permita inventar una vida llena de donación, de oración, de silencio, de valentía. Que el Niño que duerme sobre la paja les quite el sueño y haga que la almohada de su cama se sienta dura como una piedra, hasta que hayan acogido a un desahuciado, a un marroquí, a un pobre de paso”.
Prosiguió: “Que Dios que se hace hombre les haga sentir como gusanos cada vez que su carrera se convierta en el ídolo de su vida, el adelantarse a los demás como proyecto de sus días, la espalda del prójimo como instrumento de sus ascensiones.
El obispo indicó: “José, que afrontó miles de puertas cerradas... perturbe las resacas de sus opíparas cenas, reproche el calor de sus juegos de lotería. Que los ángeles que anuncian la paz, traigan aún la guerra a su somnolienta tranquilidad, incapaces de ver que a poco más de un palmo de distancia, con el agravante de su silencio cómplice, se producen injusticias, se desaloja a personas, se fabrican armas”.
¿Me incomoda Navidad?
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