La salida de Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General de la República, más allá de que algún día conozcamos las verdaderas razones, ha sido una secuela de atropellos a las formas. El desapego a las formalidades no debe sorprender, pero sí refleja la insana concentración del poder que estamos viviendo. Recordemos un poco.
La transformación de la Procuraduría a la Fiscalía no fue sólo un cambio de nombre. Tras la nueva denominación hubo el propósito expreso de desvincular la procuración de justicia de la política, de hacer que en el nombramiento de ese cargo participara también el Senado de la República, que ya no fuera parte del gabinete presidencial.
Y tenía que ver también con un diagnóstico que empataba la autonomía con el fortalecimiento institucional. Mejorar el acceso a la justicia pasaba por repensar y apuntalar a las fiscalías. Muchas son las cosas que se han desandado en estos años: ni tenemos mejores fiscalías ni la autonomía se ha consolidado, y con la llegada de Ernestina Godoy, personaje vinculado a la trayectoria de Claudia Sheinbaum, parece que la FGR regresa a la órbita del gabinete presidencial. Vendrán tiempos difíciles para la justicia.
La apuesta original de la FGR era que la fuerza de la justicia se reflejara en expedientes cada día más robustos, en ministerios públicos cada vez más preparados, en policías más profesionales y alejados de la extorsión. Nada de ello ocurrió ni se perfila que ocurra.
Hoy la justicia o la injusticia está en el reino de la percepción. Si hay un caso medianamente verosímil se vuelve cierto. Por ejemplo, la narrativa oficial que quiso minimizar el caso del rancho Izaguirre no pudo contra la percepción de que, en efecto, las personas desaparecidas son un problema mayor; el huachicol fiscal es totalmente creíble, al igual que la Barredora o, más recientemente, la red de corrupción que se exhibió tras el certamen de Miss Universo.
Si eso es así, la inminente nueva fiscal Godoy lejos está de aportar credibilidad, más bien acrecentará las sospechas de parcialidad y politización en la procuración de la justicia. En fin, en algún momento parecía que la ruta para mejorar nuestra justicia estaba más o menos clara; sin embargo, con la destrucción del Poder Judicial y el debilitamiento de las fiscalías parecemos empeñados en alejarnos de las soluciones y hacer más grandes los problemas.