El viernes terminó el año escolar para mis hijos y para muchos otros; algunos más terminarán la semana próxima. Sin duda, ha sido el más difícil del que se tenga registro en las últimas décadas. Al menos, desde que se hacen ese tipo de mediciones. En esta ocasión, de entrada, muchos de los estudiantes vivieron el curso entero en línea, sin entrar nunca en contacto con la escuela, los profesores o sus compañeros. Salvo esa breve excepción de un par de semanas con horarios irregulares y de carácter voluntario, nunca hubo un verdadero regreso a las aulas.

    Resulta evidente que hubo retos por doquier, en todos los niveles. Las escuelas hicieron lo posible por adaptarse, cuando no tuvieron que conformarse con ser testigos de la educación televisiva. Los maestros se esforzaron lo más posible por adaptar los contenidos de un día entero a un par de clases por videoconferencia. Los padres hicieron malabares para compaginar sus trabajos con la idea de los niños en casa.

    Estos últimos tuvieron que aprender a adaptarse a un modelo por completo desconocido. Y todos estos escenarios se activaron para quienes tuvieron suerte, recursos, posibilidades o un apoyo con el que no todos contaban.

    En el lado opuesto, la deserción ha sido inmensa. Todos deseamos que, para el próximo ciclo, se revierta la tendencia y más alumnos vuelvan a los salones. La educación, la buena educación, sigue siendo la mejor de las apuestas para construir.

    Dentro de los esquemas para el regreso durante el próximo ciclo escolar, las escuelas deben diseñar estrategias a partir de diferentes posibilidades. Es claro que todos deseamos que la vuelta a clases sea presencial, pero eso no depende de las instituciones educativas sino del comportamiento de una pandemia que está lejos de estar controlada.

    De ser presencial este regreso, sin duda se deberá hacer un esfuerzo especial por resarcir las fallas, los huecos, las zonas de indeterminación en el nivel de los aprendizajes. Eso sí, siempre estará pendiendo el aviso de cierre de las instalaciones o la vuelta a un semáforo epidemiológico poco favorable.

    El escenario opuesto (y el menos deseable) es que sigamos con la educación a distancia. Al menos varias universidades han informado que así será para el semestre de agosto a diciembre toda vez que su población estudiantil no está vacunada. Y si ellos no están vacunados, los niños de primaria y secundaria, menos. Así que no es absurda la idea de seguir en un esquema similar al que hemos tenido el último año y medio.

    Esto conllevará, de nuevo, adaptaciones. Si la educación a distancia provocó rezagos, no será la encargada de subsanarlos. Así que seguirá habiéndolos. El tercer esquema es complicado. Considera modelos híbridos. Una locura logística que, según datos de países que la utilizaron, sirve para fortalecer los lazos entre la comunidad educativa pero no mejora el rendimiento académico. Además, pone en una tensión mayor a los padres de familia que, ahora, tendrían que coordinar sus actividades con variables por doquier. Sobre todo, si tienen dos o más hijos.

    Los escenarios no son, pues, halagüeños. Por más que queramos convencernos de que ya es tiempo de volver, los unos, o de que es mejor seguir cuidándonos en la recta final, los otros, lo cierto es que la incertidumbre sigue privando. He escuchado quejas de padres de familia contra las escuelas por no ofrecer claridad. Si hay algo claro, es que las instituciones educativas no son las responsables ni las únicas que deciden. Si acaso, su deber será intentar reducir el daño que ya se ha provocado. Para cuando se reanuden las clases llevaremos año y medio con un sistema educativo, seamos benévolos, diferente.

    Año y medio en el que las autoridades educativas nacionales, estatales, municipales y, también, escolares deben haber pensado y repensado lo que se va a hacer. Ojalá así sea.

    Mientras tanto, queda felicitar a los alumnos. A los que, de un modo u otro, consiguieron atravesar el pantano. Sin lugar a dudas, ya son parte de una generación que, para bien o para mal, ha sabido resistir algo inesperado y ha sabido adaptarse.

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