El final de la carta que escribió Juan “Chili” Obando, titular de Cáritas Diocesana de Río Gallegos, Argentina, con ocasión del fallecimiento del Papa Francisco, es igualmente emotivo, conmovedor y cuestionante:
“Te odio porque tu muerte no es ausencia, es desafío.
Te odio porque ahora te volviste semilla.
Y las semillas, Francisco, ya sabemos lo que hacen:
se entierran, duelen, desaparecen...
y después revientan en vida.
Ahora te odio, Francisco,
porque ya no puedo mirar el mundo sin preguntarme
qué harías vos si estuvieras acá.
Y lo peor, Francisco...
es que me dejaste con la respuesta”.
Las palabras que utilizó el autor son trepidantes. La muerte, dijo, no es una ausencia, sino una vigorosa presencia que nos plantea desafíos inevitables para transformar comprometidamente este mundo.
El Papa Francisco, quien ya ha sido sepultado, se convirtió en semilla, como dijo Jesús: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Jn 12,24-26).
Sí, la semilla desaparece, es sepultada, se abre un surco y se cubre con la tierra, pero se trata de una desaparición fecunda, “porque se entierran, duelen, desaparecen... y después revientan en vida”.
Aunque Francisco ya no está presente, sigue iluminando e incomodando, “porque sonreías con los ojos. Y eso desarma a cualquiera”.
Efectivamente, como se lee en toda la carta, Francisco a secas, no Francisco el Papa, como quiso que se escribiera en su tumba, supo encontrar riqueza en el barro y en medio de tantas injusticias, miedos y miserias. En todas estas situaciones, él supo encontrar siempre la palabra amable, adecuada y llena de ternura.
¿Desarmo a cualquiera?