Frankenstein, el nuevo ladrón del fuego

EL OCTAVO DÍA
16/11/2025 04:01
    Según el punto de vista de la critica Edna Moers, la novela es un “mito del nacimiento” en la cual, Mary Shelley aborda temáticas como su culpabilidad por haber causado la muerte de su madre al nacer y por haber fallado como madre ella misma

    A mis trece años me impresionó mucho una serie que se llamaba “Frankenstein, la verdadera historia”, que me orilló a comprar la novela, en una edición sencilla de Editores Mexicanos Unidos... Ojalá los jóvenes de la nube epóxica de Netflix que vean la versión de Guillermo del Toro hagan algo similar, aunque sea en libro electrónico.

    Esa serie que vi en 1983 la creí reciente; en realidad era una versión inglesa de 1973 con un gran reparto, (James Mason, Jane Seymour y el olvidado actor que hizo de Romeo en la versión de Zeffirelli). Buen gusto, sin las estridencias eléctricas de los inventos de Nikolas Tesla, otro científico loco, que se ven en la versión clásica con Boris Karloff.

    Un tiempo anduve cazando a dicha serie en la web, pero ya decidí dejarla de buscar porque los gustos y referencias han cambiado y no sé si aguante la prueba del tiempo. También ha cambiado la visión de la medicina y las implicaciones morales de evitar la muerte. Y eso se nota en la nueva,

    El monstruo de Frankenstein de esa serie no era tan grotesco como en el cine de Boris Karloff y estaba bastante humanizado, tal como lo planteó Mary W. Shelley, de soltera Wollstonecraft Godwin.

    A los ojos modernos ambos parecen una combinación del enano Tyrion Lannister de Juego de tronos y BettleJuice. Pero me puse a releer varias cosas y así como hoy sabemos que Sherlock Holmes nunca dijo “Elemental, mi querido Watson” anotemos que Víctor Frankenstein no era ni doctor ni barón, como tradicionalmente se le presenta. Al igual que la novela, la serie ocurría en Ingolstadt, Baviera, lugar de origen de los Iluminati.

    La de Del Toro sitúa su emblemática torre en Vaduz, capital del minúsculo principado y paraíso fiscal de Liechtenstein.

    Volvamos al libro. Un poco desangelado en México -país que rinde culto a los monstruos lo mismo en la política que en el cine de Lucha Libre- hace menos diez años (2018) se celebraron en el mundo literario los primeros doscientos años de la novela “Frankenstein, el moderno Prometeo”.

    En los años 90, se hizo bastante alharaca con el Bicentenario de Drácula... quizá porque era la gran cresta del movimiento Dark, los rave y demás creaciones nocturnas. Frankenstein es menos sexy que ese otro tipo pálido que muerde el cuello a las féminas.

    El 11 de marzo de 1818 se publicó esta novela nacida de la pluma de Mary W. Shelley: pionera del femenismo que no tuvo problemas en adoptar el nombre de su esposo, el polémico poeta Percy Shelley, con quien se fugó a Suiza e Italia, acompañada por su hermanastra.

    Ya viudo Shelley, ambos se casaron y formaron una pareja única. Un gran mérito de él fue que la apoyó en su carrera como escritora y siempre estuvo orgulloso de sus logros, algo muy apreciado hoy, tiempo en que abundan los celos profesionales y competencias de parejas.

    Una de sus etapas más difíciles como pareja fue en Nápoles, una ciudad que Mary Shelley más tarde describió como “un paraíso habitado por demonios”, (fueron chantajeados por unos perversos criados e incluso perdieron una hija).

    En junio de 1822, todavía en Italia, Mary sufrió un aborto espontáneo que le causó una gran pérdida de sangre y la dejó en peligro de muerte. En lugar de esperar a un médico, Percy la hizo sentarse en una bañera cubierta de hielo para detener el sangrado, un acto que el médico reconoció que fue lo que salvó la vida de Mary.

    Según el punto de vista de la critica Edna Moers, la novela es un “mito del nacimiento” en la cual, Mary Shelley aborda temáticas como su culpabilidad por haber causado la muerte de su madre al nacer y por haber fallado como madre ella misma. (Sus primeras citas amorosas clandestinas, con su futuro esposo, fueron en la tumba de su madre).

    Sería su novela una historia que muestra sobre qué le sucede a un hombre cuando trata de tener un bebé sin una mujer. Frankenstein está profundamente a favor de la naturaleza y opuesto a los métodos anormales de producción y reproducción, pero esos detalles tan actuales no aparecen en ninguna de sus versiones fílmicas y televisivas.

    El nombre de la criatura es y se volvió un genérico: en la novela solo se le llama así, “La Criatura”; Viktor Frankenstein es el nombre del científico aristocrático que intenta crear un moderno Prometeo... con el tiempo y gracias al cine, el nombre se ha confundido y hoy, de manera natural, llamamos así al geométrico personaje y a cuanta creación descabellada hace el ser humano.

    La criatura de Guillermo Del Toro remite más al “Prometeo” de Ridley Scott, que fue la cinta seminal de “Aliens”.

    Las obras de Mary Shelley a menudo argumentan que la cooperación y la compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus familias, son las formas de reformar a la sociedad civil.

    Esta visión constituyó un desafío directo al romanticismo individual promovido por su marido Percy Shelley y a las teorías políticas educativas articuladas por su padre, William Godwin.

    Hay una frase inolvidable que dice el monstruo en la novela, cuando le pide a Viktor Frankenstein una compañera para no sentirse solo, igual de horrible y deforme que él, e irse a vivir los dos solos en las regiones árticas: “Mi corazón fue hecho para ser llenado de amor”.

    Horrorizado, Viktor se da cuenta que eso podría resultar en una nueva raza de monstruos y por eso sucede lo que sucede.

    Vea usted la gran producción de Guillermo Del Toro, pero nunca soslaye el poderoso libro de Mary W. Shelley.