Gobierno obeso, Estado débil

    La pobreza franciscana que plantea el Presidente equivale a querer bajar de peso comprando sólo los alimentos baratos. Comer pan en lugar de frijoles, porque somos bien austeros, no reducirá el peso y por el contrario terminará por enfermar al ahorrador que al final de mes tendrá unos pocos pesos de sobra y muchos problemas de salud más.

    Más allá de la payasada -estrategia de comunicación le dicen ahora- de llamarle pobreza franciscana a la austeridad, las medidas propuestas por el Presidente López Obrador tienen un problema de fondo: no está claro qué Estado quiere, cuál se imagina que es el papel de las instituciones que por momentos parecen estorbarle.

    Limitar los sueldos en el sector público tiene todo el sentido del mundo. Sostener que nadie debe ganar más que el Presidente, más aún que el Presidente debe decidir cuál es el sueldo tope, es una aberración. Los cargos públicos de elección popular tienen características muy distintas a las funciones especializadas que requiere el Estado para su buena operación. Hay muchos servidores públicos que ganan de más y con toda certeza muchos otros que ganan menos de lo recomendable. Los tabuladores deberían surgir de un estudio serio y no de una urgencia del Presidente para cambiar de tema de conversación y de un improvisado “estudio” del director de la Procuraduría Federal del Consumidor. Lo que está claro es que hay que huir de la falacia foxista de que se debe pagar igual que en la iniciativa privada para atraer empresarios al Gobierno: nos salieron muy caros y la mayoría lo hicieron muy mal.

    ¿Se puede reducir el costo de operación del Gobierno sin tocar a la burocracia? No. Lo que hemos visto en estos años de austeridad republicana es que tenemos un Gobierno obeso con instituciones débiles. ¿Para qué sirve una Secretaría de Cultura sin el presupuesto suficiente para llevar eventos culturales allá donde no los hay? ¿Para qué queremos más médicos -cubanos, mexicanos o marcianos- si no hay medicinas ni dinero para operar los hospitales? ¿Para qué una enorme nómina en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes si no hay recursos para invertir en carreteras o para mejorar el sistema de aviación? ¿Para qué una Secretaría de Turismo, con burócratas especializados en promoción de destinos, si hemos decidido no gastar en ello?

    La pobreza franciscana que plantea el Presidente equivale a querer bajar de peso comprando sólo los alimentos baratos. Comer pan en lugar de frijoles, porque somos bien austeros, no reducirá el peso y por el contrario terminará por enfermar al ahorrador que al final de mes tendrá unos pocos pesos de sobra y muchos problemas de salud más.

    Un plan de austeridad que no toca la estructura burocrática debilita al Gobierno, pero no lo adelgaza. Políticamente nadie quiere echarse el trompo a la uña - tampoco podría hacerlo sin poner al país de cabeza - de despedir a 30 o 40 por ciento de los burócratas de golpe. Cualquier reorganización del Estado es un proyecto a mediano plazo y pasa principalmente por la creación de un servicio civil de carrera. Gran parte de los servicios que presta el Estado, como educación, seguridad y salud, dependen en gran medida de las personas. Algunos de ellos deberían, sin duda, ganar más que el Presidente. Hay que pagarles bien y exigirles mucho. El mejor Estado no es el más pequeño ni el más barato, sino el que, gracias a los servicios que presta nos iguala.

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