La palabra gravedad tiene su origen en el latín, y significa “cualidad de peso”. La tan conocida ley de la gravedad (gravitación universal) fue formulada por Isaac Newton, en su libro Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, el 5 de julio de 1687, para señalar la fuerza o atracción gravitatoria que existe entre los cuerpos debido a su masa, pues mientras los cuerpos tengan mayor masa y se ubiquen más cercanos, mayor será la atracción ejercida.
Para nosotros, el término “gravity” se hizo familiar últimamente debido a la película de ciencia ficción del director Alfonso Cuarón, filmada en 2013, y que obtuvo siete estatuillas Óscar de la Academia.
Sin embargo, hoy queremos referirnos a una obra del poeta Luis Rosales, titulada La casa encendida, donde dijo: “las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir/ como un poco de arena que soñara en ser playa / como un poco de mar”, y añadió: “el dolor es la ley de la gravedad del alma, / llega a nosotros iluminándonos, deletreándonos los huesos”.
La gravedad del alma no hace alusión a una enfermedad, sino a una condición surcada por el dolor con oportunidad de cuestionarse, reflexionar y revolcarse sobre su propia esencia. Esa oportunidad es proporcionada por la presencia del dolor, las pruebas, los problemas y los sufrimientos. Esas piedras de toque son las que pueden calibrar la gravedad del alma; es decir, su masa, su cercanía, su peso específico.
La gravedad del alma no se encuentra en los momentos de gozo, de paz y tranquilidad. Al contrario, como señaló Fénelon: “El que no ha sufrido, no sabe nada. No conoce ni el bien ni el mal, ni conoce a los hombres ni se conoce a sí mismo”.
¿Qué tan grave es mi alma?
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