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El problema fundamental de igualdad y fraternidad entre los seres humanos se solucionaría totalmente con la terapia de la proximidad. Por eso, Jesús respondió con una sugestiva parábola a la elusiva pregunta que le planteó un doctor de la Ley, en el evangelio de Lucas: “¿Y quién es mi prójimo?” (Lc 10,29).
Con su respuesta, el Maestro ofreció una clara distinción: la pregunta no debe ser quién es mi prójimo, sino de quién te haces tú prójimo, como el buen samaritano de la parábola, quien se apiadó del hombre enemigo que había sido asaltado por el camino de Jerusalén a Jericó.
En Tierra de hombres, Antoine de Saint-Exupéry, narró un aterrizaje forzoso que tuvieron él y su ayudante, quedando sin gota de agua en el desierto. Sin embargo, un beduino extraño por completo a ellos se hizo su prójimo y les compartió del agua que él también necesitaba para su largo viaje.
“No hay aquí ni razas, ni lenguas, ni divisiones”, escribió Saint-Exupéry. “Hay ese nómada pobre que ha posado sobre nuestros hombros manos de arcángel”.
Contundente, prosiguió: “Se puede alinear a los hombres en hombres de derecha y hombres de izquierda, en jorobados y no jorobados, en fascistas y demócratas y estas distinciones son inatacables. Pero la verdad, vosotros lo sabéis, es lo que simplifica el mundo y no lo que crea el caos”.
El Cardenal Carlo María Martini también lo expresó claramente: “El prójimo no es algo que ya existe. Prójimo es algo que uno se hace. Prójimo no es el que ya tiene conmigo relaciones de sangre, de raza, de negocios, de afinidad... Prójimo me hago yo cuando ante un ser humano, incluso ante el extranjero o el enemigo decido dar un paso que me acerque, me aproxime a él”.
¿Me hago prójimo?
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