SinEmbargo.MX
    La figura del buen ladrón me es atractiva como a la mayoría de nosotros. Tan sólo señalo que existe una gran ambigüedad en lo que hacen. Aplaudirles sin más significaría aceptar no sólo que sus habilidades tecnológicas son vastas sino que su visión del mundo les permite tomar una decisión del calibre suficiente como para aventurarse a hacer públicos secretos de estado, por no ir más lejos.

    La ficción ha romantizado a los hackers. Quizá porque sean la evolución más presente de la idea de Robin Hood: forajidos que, sin tener el poder de los verdaderos criminales o la infraestructura de las grandes corporaciones, son capaces de enfrentarse a los más fuertes. Además, la ficción ha contribuido a encasillarlos dentro de estereotipos no siempre halagüeños. Es cierto, son unos genios y, sin embargo, se les suele asociar con características poco atractivas: tímidos o introvertidos, con escasas habilidades sociales, poco agraciados en su físico y muy cercanos a ese otro estereotipo que define a aquéllos a quienes se suele molestar en la escuela. Así, su cruzada entonces no sólo es la del héroe romántico que busca hacer colapsar al sistema para mostrar las injusticias y desigualdades que mueven sus engranajes sino que, también, es una suerte de reivindicación del oprimido, del que ha sido maltratado por años y que, ahora, gracias al poder adquirido por medio de su inteligencia, está en condiciones de mostrarle al mundo todo lo que está al alcance de sus dedos.

    De ahí que resulte atractiva la idea del buen ladrón o del buen criminal. Se hackea a los bancos y se consigue sustraer una pequeña parte de sus fortunas mal avenidas a punta de cobro de altísimos intereses a los más desprotegidos. Se hackean empresas que han violado consistentemente los preceptos ambientales o forman parte de procesos de manufactura que incluyen alguna variante de esclavitud infantil. Se hackean instituciones financieras para mostrar cómo los ricos y poderosos evaden impuestos mientras que las clases bajas deben soportar el ingente mordisco de la tributación obligatoria. Se hackean cuentas de correo de famosos o de políticos ya sea para ridiculizarlos, ya para evidenciar las contradicciones entre sus discursos y sus acciones.

    Visto así, hasta parece plausible su labor. Sólo que también causan daños. Cada que escuchamos de alguien a quien le robaron su identidad digital y le vaciaron sus cuentas en realidad fue porque ha sido víctima de un hacker. ¿No es así como se entrenan? Aunque no conozco a alguno, suena difícil que el primer proyecto del chico hábil en programación sea tirar la estructura financiera de un país. Antes se debe practicar de otras formas. Y si, a la larga, la intención ética es la que lo mueve, ésta siempre podría ser cuestionable al enfrentarse a la idea de la ley.

    No es que los condene. Insisto: la figura del buen ladrón me es atractiva como a la mayoría de nosotros. Tan sólo señalo que existe una gran ambigüedad en lo que hacen. Aplaudirles sin más significaría aceptar no sólo que sus habilidades tecnológicas son vastas sino que su visión del mundo les permite tomar una decisión del calibre suficiente como para aventurarse a hacer públicos secretos de estado, por no ir más lejos.

    Mr. Robot es una serie de televisión protagonizada por Elliot Alderson (Rami Malek) que nos muestra, entre muchas otras cosas, las contradicciones en que puede caer un gran hacker. Asumir que uno tiene la capacidad de resolver los grandes problemas de la humanidad (en este caso, financieros, simplificándolo mucho) no puede sino ser un acto de soberbia. No existe esa clase de inteligencia. (Eso sí, deberían ver la serie. Es muy buena y, además, se da el lujo de tener capítulos casi imposibles, como aquél sin diálogos o ese otro con un plano secuencia falso).

    En fin, la figura del hacker es atractiva, sin duda. Es probable que los haya con muy buenas intenciones y con principios por demás venturosos. Eso no significa, sin embargo, que los resultados vayan a ser positivos.

    Por otra parte, resulta motivo de preocupación que se hayan podido filtrar (¿robar, extraer, vulnerar?, los verbos no son claros) seis terabytes de información de la Sedena. Da igual si la mayoría son irrelevantes o triviales (los correos de los soldados a sus familiares, una receta médica, la recomendación de una película), lo cierto es que debería ser un servidor bastante bien protegido. Al menos, eso es lo que se esperaría.

    Una última aclaración: la RAE acepta hacker como anglicismo y propone “jáquer”. Me niego a utilizar esta forma de escritura más allá del ejemplo.

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