Hasta siempre, Eduardo Valdez Verde. El periodismo no lo pierde; lo recupera

OBSERVATORIO
    El periodismo fue sin duda su pasión, Georgina Martínez su inspiración y sus hijos Ana Lucía, Julián y Jorge Eduardo el motivo de existir. Al periodismo lo humanizó desde el salvajismo de la nota roja al hilar historias de resistencia sin más materia que la sangre de las víctimas y el desamparo de los deudos. Siempre la frase perfecta, la prosa sabiniana, la reflexión profunda cerrada con el broche de oro de la risa con la cual solemnizó la carcajada.

    Eduardo Valdez Verde recorrió una y otra vez la senda de la vida, a su manera: alegre, pacífico y soñador. Hizo zanja en el periodismo, la amistad y la familia. Nunca lo dobló nada ni nadie porque aún en los tiempos duros todavía le quedaba el consejo aderezado con el humor para restarle aspereza al infortunio. Así fue como él convirtió en amigable inclusive al más huraño, por ejemplo, a Jesús Antonio Aguilar Íñiguez, el temido ex jefe de la Policía Ministerial, cuando estuvo a cargo de la imagen de quien no tenía lado amable.

    Al despedirlo su familia, gremio y amigos fue inevitable la lágrima que siempre quiso contener en el prójimo. Si por él fuera nos hubiera puesto a tararear a Aute, Sabina, Serrat, José Alfredo Jiménez o Joan Sebastian. Nunca el sufrimiento, menos el de su esposa, hijos, hermanas y camaradas, pues la propuesta del Verde era siempre “escucha este canciononón para que sepas lo que es bueno”.

    El periodismo fue sin duda su pasión, Georgina Martínez su inspiración y sus hijos Ana Lucía, Julián y Jorge Eduardo el motivo de existir. Al periodismo lo humanizó desde el salvajismo de la nota roja al hilar historias de resistencia sin más materia que la sangre de las víctimas y el desamparo de los deudos. Siempre la frase perfecta, la prosa sabiniana, la reflexión profunda cerrada con el broche de oro de la risa con la cual solemnizó la carcajada.

    Bohemio de afición, uno no entiende por qué no le arrebató el micrófono al sacerdote que ayer ofició la misa de cuerpo presente en El Higueral, allí nomás pasando Eldorado, para decirnos adiós con una buena rola, con una cerveza fría y la infaltable anécdota. Por qué llorar, amigo, si tu vida prosigue mediante la enorme huella que no permite que se extinga tu presencia. ¿O por qué no el llanto si el mismo cielo soltó lágrimas por tu muerte?

    Valdez Verde se queda en las muchas redacciones que pisó desde los amaneceres a las medianoches, las jefaturas de prensa que ocupó como tribunas emergentes y los personajes cuyos talantes ayudó a matizar como el del comandante Chuytoño, a quien le tocó despedir aquella vez que tuvo que renunciar al mando policiaco después que sus subalternos fueron descubiertos protegiendo a narcos. “Detrás de esa percepción negativa habita un buen hombre”, me dijo esa vez.

    Recuerdo particularmente cuando al cierre del segundo milenio nos envió Manuel Clouthier Carrillo a Mazatlán a reforzar periodísticamente el dominio que ha tenido Noroeste en audiencia y credibilidad. Llegaba la cadena El Debate a la Perla del Pacífico y “El Verde” crearía un diario policiaco de circulación vespertina para hacerle mella al amarillismo que era la especialidad del competidor, y un servidor trabajaría con el excelente equipo de reporteros del emblemático medio con el objetivo de reforzar la calidad de los contenidos informativos. Y más allá de esa faena, pudimos corroborar en el malecón, con un buen CD de trova y una hielera repleta de Pacíficos, que aquí hasta un pobre se siente millonario.

    Qué falta decir del camarada Verde y sus largas anécdotas de las vivencias en la margen del río San Lorenzo cuyas aguas bravas nos trajeron a este oficio a bordo de una hoja de sauce llorón, igual que a Mario Montijo, Humberto Millán y Guillermo Bañuelos, entre otros. El ex Director de El Sol de Sinaloa y ex líder de la Asociación de Periodistas Siete de Junio nos convocaría al silencio y guardar la tristeza en el baúl donde se guardan “todas esas chingaderas”, mientras le rendimos honores a un aguachile y la disqueada con camarón y parguitos de El Conchal. O qué tal cuando le rascaba a la guitarra para sacarle las penas a cualquiera.

    A su manera, él está bien. A donde vaya, donde esté, hallará la forma de seguir con sus pasiones, farras y estilo de ver las cosas con esos dardos cargados más de consejos que de crítica destructiva. Junto a sus padres y seres entrañables que llegaron allá antes que él estará hoy fundando algo. Seguramente construyendo una balsa para que la corriente del río lo arrastre a su terruño, lo acerque a los sueños de Geo y sus hijos, aquí nomás en El Higueral al que llegó de fuereño y luego le dio raíces profundas. O en Culiacán donde por las noches buscaba el lugar más alto para verse reflejado en las luces de la ciudad que de pronto se apagan y les ceden el brillo a oportunidades nuevas.

    Este es “El Verde”. Al que le gustaban los retos en el periodismo que eran casi misión imposible. El que ya merito derrotaba a la canija muerte, a no ser que alguien lo llamó a hacer la crónica del más allá para tener mucho que contarnos cuando lo alcancemos. El mismo que anda buscando algún guayabo para integrar bajo sus ramas la redacción de sinaloenses que fragua allá, lejos de lo mundano, donde nos apartará un lugar.

    Suerte, camarada. Y si alguien allá te pregunta qué hacías con tu vida, respóndele que tú sólo pasabas, pasabas por aquí.

    Reverso

    Ve y redacta, compañero,

    Cualquier reportaje intenso,

    Bajo el verde placentero,

    Que bordea al San Lorenzo.

    Parte de guerra

    De lo que nunca se enteró Eduardo Valdez Verde es que de su análisis “Salamanca, de la extorsión a la explosión”, el último que publicó en Revista Espejo el 21 de septiembre de 2021, derivó una amenaza de muerte “unos buenos putos martillazos ocupan ustedes en la puta cabeza”, situación que fue denunciada ante la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos contra la Libertad de Expresión que integra la correspondiente carpeta de investigación.

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