Hay empleos, pero la gente no quiere trabajar. ¿Por qué?

ENTRE COLUMNAS

    En los últimos meses abunda la oferta laboral en Mazatlán, sobre todo en el sector servicios y actividades relacionadas al turismo; en restaurantes, hoteles, tiendas de conveniencia. Los empresarios argumentan que hay empleo, pero la gente no quiere trabajar. Este fenómeno no es exclusivo del puerto de Mazatlán, ni siquiera se limita al estado de Sinaloa, sino que es un problema internacional.

    En Estados Unidos y Canadá, incluso establecimientos han tenido que cerrar por falta de mano de obra, y sus gobiernos han tenido que abrir sus fronteras a la inmigración para cubrir esos empleos.

    Tal es el problema que le han llamado “La Gran Renuncia” (The great resignation), un fenómeno que define el abandono de puestos de trabajo por parte de millones de personas. Pero ¿a qué se debe esto?

    La principal causa es económica, pues los trabajadores del sector terciario de la economía, que se dedica a la satisfacción de necesidades operativas de servicios y comerciales, tienen empleos precarios, con largas jornadas laborales y bajos salarios. Para muchos de ellos su principal ingreso son las propinas de los clientes.

    Pero veamos, si un trabajador que vive en una colonia popular de Mazatlán, y tiene que trasladarse a la zona de Cerritos, por ejemplo, tiene que tomar dos camiones para llegar, cuatro en total.

    El servicio de transporte público en Mazatlán, cuesta 12 pesos, entonces tan sólo en el traslado ese trabajador ya gastó casi 50 pesos; alrededor de una cuarta parte de su salario diario.

    Este distanciamiento entre los lugares de residencia y los centros de trabajo es lo que John Kain llama “Desajuste espacial” (Spatial mismatch). Este desajuste espacial tiene muchas implicaciones para los residentes de las periferias que dependen de trabajos de bajo nivel, pues los costos para llegar al trabajo son altos y se invierte más tiempo en el traslado.

    Entonces, desde el punto de vista económico, los trabajadores hacen un cálculo de costo-beneficio, y ante los bajos salarios en las zonas turísticas, prefieren no trabajar.

    Pero el factor económico no es la única razón, expertos afirman que la pandemia ha impactado en la manera en cómo vemos el trabajo en nuestras vidas.

    Sobre todo, las generaciones más jóvenes renuncian, o se niegan a nuevos empleos porque éstos no van acorde a sus metas personales o tienen desapego por los valores de las compañías.

    Parece que la pandemia trajo consigo la conciencia de que la vida presente no es eterna y merece la pena disfrutarla.

    Una tercera causa es el auge del trabajo a distancia. Muchas personas que durante los últimos dos años se adaptaron a trabajar desde casa, ahora no quieren regresar al trabajo presencial.

    Y es que el teletrabajo permite estructurar la jornada laboral a gusto personal y permite mucha más flexibilidad. Por eso, mucha gente que no quiere perder esa libertad, prefiere renunciar para buscar un empleo desde casa o híbrido.

    En conclusión, la clase trabajadora se ha dado cuenta de que ya no es ese “ejército de reserva” (en términos marxistas, la mano de obra que siempre puede ser desechable y sustituible), sino que son seres humanos que merecen ser bien tratados, formados y sobre todo, bien pagados.

    Es cuanto....

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!