Hay un mar...

EL OCTAVO DÍA
01/06/2025 04:01
    Hay un mar lleno de espirales y globulares caudas de esteros pródigos de camarón, garzas, tildios y cauques de tenazas con sueño de langosta... es el mar de todo Sinaloa.

    Hay un mar que fluye en torrentes y trémolos de nostalgias, con aliento de algas y cimiento de mareas fúlgidas.

    Hay un mar que nos castiga y nos duele cuando invadimos con construcciones sus áreas, pero el viejo Neptuno tiene razón... No hay desastres naturales, el hombre los provoca al poner su planta donde no debe.

    Hay un mar que a veces luce como un espejo de plata, quieto, sin olas ni mácula, ancha piscina baja un cielo gris y un sol perezoso, mas gris tras las nubes de plomo antiguo.

    Hay un mar que se nos niega en Mazatlán con arribazones de “pajaritos”, esas miríadas de peces que tan complicado es quitarles la jaspeada escama pero que, crujientes, adquieren una condición mineral al servirse con la colorida salsa mexicana.

    Hay un mar de hondas navegaciones, altivas proas, remolientes propelas, redundantes sirenas, enloquecidas gaviotas siguiendo la estela y su cauda de espumas.

    Hay un mar que salpica de brisa los rostros, garapiña de óxido las rejas, deja una huella de sal sobre las arenas, ofende con su destello al desprevenido caminante vespertino y carcome las vigas de pino rojo en las casas abandonadas.

    Hay un mar que nos grita a los ojos y alucina a nuestros oídos y refulge en la adolorida Altata.

    Hay un mar que, en palabras del joven Borges, llega a besar los pechos de las playas sedientas.

    Hay un mar de barcos encallados, de gruesas galerías submarinas donde el casco de la nave se constela de pólipos, anémonas, rémoras, sargazos, guirnaldas de alga, brazos de coral, encajes de valvas, un interior hueco donde a veces el ronco golpe del océano suena como el eructo de un ballenato atrapado en oscuros tanques vacíos.

    Hay un mar que hace sentir a los surfistas que cabalgan sobre la palma de Dios.

    Hay un mar que guarda silencio cuando comienza a tocar su órgano el capitán Nemo mientras el Nautilus desciende a las profundidades ignotas.

    Hay un mar sin descanso que no escuchamos, pero de repente en la noche o la madrugada una ola sorpresiva se escucha al otro lado de la bahía.

    Hay un mar que suena distinto al eco encasquillado dentro de una caracola y tiene el extraño, musical, bamboleante nombre de Topolobampo.

    Hay un mar que no se siente, no palpita y sólo humedece. Es el mar de la noche en silencio, el sudor ardiente de la soledad en el lecho, la nocturna madera del abandono que solloza repentina entre los muebles dormidos.

    Hay un mar erizado de barcos camaroneros, con tripulantes que añoran una calle de la colonia Juárez y sentados sobre el pañol lo dicen en voz baja: Privada de la Batería, Privada de la Batería.

    Hay un mar que engendra huracanes con nombre de mujeres: Jennifer, Olivia, Norma, Lidia... Todo un harem de furias turbulentas.

    Hay un mar que aparece en las Mil y Una Noches y no tiene nombre. Nos dice el narrador anónimo (o la suma de narradores anónimo que han formado este griterío) que en el primer capítulo el pescador arroja diario su red “a un mar quieto y sin olas”.

    Hay un mar lleno de espirales y globulares caudas de esteros pródigos de camarón, garzas, tildios y cauques de tenazas con sueño de langosta... es el mar de todo Sinaloa.

    Hay un mar que al caminante matutino le otorga vida, le concede el sueño de volver a caminar por el malecón otro día, le hace sentir que el oxígeno es una savia espirituada capaz de retormar los pasos del alba.

    Hay un mar que corona su horizonte del antiguo ferry saliendo hacia La Paz en el inicio de la tarde.

    Hay un mar, hay un mar, hay muchos mares por recorrer.

    Hoy es el Día de la Marina.