Sabia y digna vocación del artista que es capaz de copiar y transmitir su percepción de la naturaleza y de la vida en la conjunción de su obra. Es impresionante cómo se capacita para transmitir y reproducir los afectos, vivencias y emociones a través de la música, canto, lienzos, escenarios, danzas, movimientos o cualquier otra expresión artística. Al final, la obra de arte es solamente una copia acreditada del original que el artista procreó en el interior de su alma y espíritu. Podríamos decir que la obra de arte es únicamente la copia, mientras que el artista es el modelo y modelador.
Algo semejante ocurre también con el don de la paternidad. Nosotros somos la copia de nuestro padre, al igual que heredaremos la copia en nuestros hijos. No quiere decir que sea un proceso mecánico, ineludible, fatídico e irreversible; pero, llevamos latente el germen y semilla del árbol del que provenimos. Querámoslo o no, el riachuelo canta melodías muy semejantes al venero del que procede.
Podemos estar seguros de que nuestro padre fue el mejor modelo y modelador, a pesar de sus defectos, arranques, carencias y errores. Habrá modelos muy rígidos y otros muy permisivos; unos muy callados y otros muy expresivos; sin embargo, cada modelo comparte lo mejor dentro de sus virtudes, aptitudes y posibilidades.
Hay modelos que parecen cincelados en la roca más dura, recia y perfecta, como si Miguel Ángel hubiera elegido en Carrara el bloque marmóreo ideal para forjarlo. Rostros pétreos que se resisten a cualquier fisura que permita escapar unos sentimientos y emociones incontrolables. Modelos disciplinados, rígidos y firmes con sólido caparazón para disimular afecto, caricia o ternura. Empero, aún esos modelos encarnan al padre ideal; preferible a un padre totalmente permisivo.
¿Amo, honro y respeto a mi padre?
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