Joel Díaz Fonseca
En el Colima de las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado había, por la calle Constitución, cerca del Beaterio, un changarro donde lo primero que veía uno al entrar era un pequeño pizarrón con sentencias como estas: “Hoy no fío, mañana sí”; “el que fía no está, fue a cobrarle al que debía”.
La tendera seguramente tenía muchos problemas con clientes que todo querían fiado y que además no eran buenos para pagar, por eso optó por poner esas advertencias, de manera que cuando llegaba alguno de esos “clientes” simplemente le señalaba con el dedo que mirara el pizarrón.
Era, pues, un problema de falta de confianza, resuelto con una acción tan sencilla como decirles “no” a los clientes que no eran de fiar.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, confiar es “depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa”.
Cuando se pregunta a un encuestado si estaría dispuesto a darle las llaves de su casa a un funcionario público, la respuesta siempre es un no tajante. Verdaderamente cuesta mucho ganar la confianza de alguien, pero se puede perder en un instante, y recuperarla es una tarea todavía más difícil.
La confianza tiene que ir acompañada de la congruencia, sin autenticidad no puede existir confianza. Quien cumple siempre lo que promete, quien es fiel a la palabra empeñada, es alguien digno de confianza.
La frase “lobo con piel de oveja” describe muy claramente esta cuestión. ¿Quién puede confiar en alguien que se presenta como una persona cordial, muy humana, prudente y honesta, cuando hay indicios, incluso pruebas, de que es todo lo contrario?
¿Quién puede confiar, igualmente, en alguien que ofrece mentiras como verdades, que da gato por liebre?
Vivimos rodeados de personas a las que conocemos y tratamos cotidiana o eventualmente, la mayoría de ellas gentes de bien y confiables, pero también las hay que no son dignas de confianza, con las que tiene uno que poner una sana distancia si no quiere verse atrapado en situaciones incómodas.
El mundo de la política está lleno de personas que no son dignas de confianza, gente que ha traicionado una y otra vez la confianza puesta en ella por los ciudadanos, ante quienes se tiene que aprender a decir no.
Obviamente los ciudadanos no podemos poner un pizarrón a la puerta de nuestras casas con la advertencia de que no queremos más políticos “busca chamba”, con darles un “no” en las urnas basta.
La sabiduría popular nos enseña que a los verdaderos amigos se les conoce cuando se cae en desgracia, son los que tienden la mano al enfermo o al menesteroso a los que todos les vuelven la espalda. Por el trato que da una persona a quienes utilizó en su momento y ya no los necesita, se conoce qué tan confiable es.
El “hoy no fío, mañana sí” es la sentencia que mejor aplica para manifestar el hartazgo ante tantos servidores públicos que se la viven devorando presupuestos, que pergeñan leyes que atentan contra los derechos ciudadanos, que roban y entregan a sus socios y amigos todos los contratos de obra importantes.
Ese es el modus operandi de la mayoría de los políticos, cuando andan en campaña ofrecen y prometen todo lo habido y por haber, pero una vez electos y en funciones, se olvidan de todo aquello que prometieron, incluso no se tientan el corazón para clavar un cuchillo por la espalda a sus electores.
Fiar significa creer en el otro. El que vende fiado confía en que el acreedor le pagará. Este, a su vez, confía en que aquel respetará las condiciones del trato que hicieron. Se trata, pues, de una confianza mutua, basada en los antecedentes de respeto y bonhomía de uno y otro, sin los cuales no podría fincarse esa relación que reclama fidelidad de ambas partes.
La falta de credibilidad de la mayoría de los candidatos en la actual contienda política puede llevar a no pocos electores a anular su voto, o de plano no acudir a las urnas. La motivación es válida (el descrédito de los candidatos y de la política en general), pero esa manera de reaccionar no abona en nada a la lucha por acabar con la simulación y el descaro de quienes han convertido el servicio público en un mercado negro.
Tenemos que darles un “no” en las urnas y exigirles a quienes resulten electos que cumplan todo aquello a lo que se comprometieron. Si pidieron la confianza del electorado, que sean dignos de esa confianza ajustando su forma de vida a las normas éticas.