Imagina vivir en Suiza y perderte de esto

ENTRE COLUMNAS
30/12/2024 04:01
    Esta presunción de mala fe que está siempre presente en nuestra sociedad, y la desconfianza ante la autoridad, permite un justificativo para la violencia; para hacer “justicia” por nuestra propia mano.

    En estas fechas decembrinas acostumbro reflexionar sobre el tipo de sociedad que somos; nuestra historia y nuestro futuro. Parece que la desconfianza y la corrupción son los comportamientos predominantes, y la violencia e inseguridad sus derivados.

    Alguien pensaría que así es en todo el mundo, pero no. Hay países como Japón, Alemania o Suiza, en los que la confianza, la solidaridad y seguridad, son la regla.

    En Suiza, por ejemplo, un buen amigo que ha vivido allá, me cuenta que no hay porteros ni guardias de seguridad en las unidades habitacionales. Los niños de cualquier estrato socioeconómico van al colegio en transporte público sin temor a que algo les suceda en el camino. Cualquier persona toma autobuses automatizados y todos pagan su cuota, sin necesidad de que un policía revise su ticket de pago. Cuando una familia sale de vacaciones dejan la llave a su vecino sin temor a que le vacíe el departamento.

    Estos son solo algunos ejemplos de una sociedad, que en palabras del sociólogo Robert Putman, tienen un alto capital social. Mientras que aquí, nosotros nos hemos vuelto una sociedad desconfiada en las instituciones y en nuestros semejantes. Siempre estamos vigilantes de no ser timados en un contrato, o de que no nos “agandallen” en una competencia de cualquier tipo. De no ser engañados o burlados por el gobierno. Ya no hablemos de la posibilidad de dejar la ventanilla del carro abierta por un momento.

    Así ocurre en el deporte, en los negocios, en nuestras relaciones interpersonales, o en nuestra relación ante la autoridad. Quien sobresale, asumimos que hizo trampa; a alguien corrompió. La idea de que los políticos de nuestro país son corruptos, está casi siempre presente, o peor, ellos mismos lo asumen como normal. Si nos dicen que una jirafa murió hace tres meses en un zoológico, esa historia no nos la creemos, se asume que fue vendida al mejor postor, o se la robaron, pero algo esconden.

    En nuestras ciudades se ve reflejada esa desconfianza y ese miedo, pues cada vez es más común lo que se conoce como urbanismo defensivo; es decir, los cotos privados con guardias privados, con cámaras de seguridad por todas partes y letreros agresivos.

    Esta presunción de mala fe que está siempre presente en nuestra sociedad, y la desconfianza ante la autoridad, permite un justificativo para la violencia; para hacer “justicia” por nuestra propia mano.

    Pero, ¿Porqué ocurre esta diferencia entre los países nórdicos y los latinoamericanos? ¿Acaso nuestro ADN es distinto?, o ¿Allá las leyes son más estrictas que aquí?

    La respuesta no es para nada sencilla pero algunos académicos atribuyen el origen de esta diferencia al colonialismo. El argumento es que, en los países que fueron conquistados y colonizados, como México, se reprodujo a través de la historia, una estructura organizacional muy vertical y económicamente desigual.

    Este tipo de sociedades se caracterizan por tener gobiernos fuertes y autoritarios que atomizan la participación activa de los ciudadanos. Esa misma falta de confianza “hacia arriba” dificulta la asociación voluntaria “hacia los lados” o entre las personas, y genera una “ciudadanía de súbdito”, o una “ciudadanía de tutela” (en palabras de Gabriel Almond y Sidney Verba).

    A diferencia de países como Suiza, en los que la estructura social es más horizontal, la ciudadanía es más activa en la resolución de problemas. Es decir, hay una distribución más equitativa del poder y de los recursos con los que cuenta una sociedad. Y, por lo tanto, hay una mayor confianza, solidaridad y menor índice de violencia.

    Pero, ¿quién dijo que el caos no puede ser divertido a veces? Al menos podemos reírnos de la improvisación mexicana y de nuestras diferencias con el primer mundo.

    Es cuanto....

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    omar_lizarraga@uas.edu.mx

    En estas fechas decembrinas acostumbro reflexionar sobre el tipo de sociedad que somos; nuestra historia y nuestro futuro. Parece que la desconfianza y la corrupción son los comportamientos predominantes, y la violencia e inseguridad sus derivados.

    Alguien pensaría que así es en todo el mundo, pero no. Hay países como Japón, Alemania o Suiza, en los que la confianza, la solidaridad y seguridad, son la regla.

    En Suiza, por ejemplo, un buen amigo que ha vivido allá, me cuenta que no hay porteros ni guardias de seguridad en las unidades habitacionales. Los niños de cualquier estrato socioeconómico van al colegio en transporte público sin temor a que algo les suceda en el camino. Cualquier persona toma autobuses automatizados y todos pagan su cuota, sin necesidad de que un policía revise su ticket de pago. Cuando una familia sale de vacaciones dejan la llave a su vecino sin temor a que le vacíe el departamento.

    Estos son solo algunos ejemplos de una sociedad, que en palabras del sociólogo Robert Putman, tienen un alto capital social. Mientras que aquí, nosotros nos hemos vuelto una sociedad desconfiada en las instituciones y en nuestros semejantes. Siempre estamos vigilantes de no ser timados en un contrato, o de que no nos “agandallen” en una competencia de cualquier tipo. De no ser engañados o burlados por el gobierno. Ya no hablemos de la posibilidad de dejar la ventanilla del carro abierta por un momento.

    Así ocurre en el deporte, en los negocios, en nuestras relaciones interpersonales, o en nuestra relación ante la autoridad. Quien sobresale, asumimos que hizo trampa; a alguien corrompió. La idea de que los políticos de nuestro país son corruptos, está casi siempre presente, o peor, ellos mismos lo asumen como normal. Si nos dicen que una jirafa murió hace tres meses en un zoológico, esa historia no nos la creemos, se asume que fue vendida al mejor postor, o se la robaron, pero algo esconden.

    En nuestras ciudades se ve reflejada esa desconfianza y ese miedo, pues cada vez es más común lo que se conoce como urbanismo defensivo; es decir, los cotos privados con guardias privados, con cámaras de seguridad por todas partes y letreros agresivos.

    Esta presunción de mala fe que está siempre presente en nuestra sociedad, y la desconfianza ante la autoridad, permite un justificativo para la violencia; para hacer “justicia” por nuestra propia mano.

    Pero, ¿Porqué ocurre esta diferencia entre los países nórdicos y los latinoamericanos? ¿Acaso nuestro ADN es distinto?, o ¿Allá las leyes son más estrictas que aquí?

    La respuesta no es para nada sencilla pero algunos académicos atribuyen el origen de esta diferencia al colonialismo. El argumento es que, en los países que fueron conquistados y colonizados, como México, se reprodujo a través de la historia, una estructura organizacional muy vertical y económicamente desigual.

    Este tipo de sociedades se caracterizan por tener gobiernos fuertes y autoritarios que atomizan la participación activa de los ciudadanos. Esa misma falta de confianza “hacia arriba” dificulta la asociación voluntaria “hacia los lados” o entre las personas, y genera una “ciudadanía de súbdito”, o una “ciudadanía de tutela” (en palabras de Gabriel Almond y Sidney Verba).

    A diferencia de países como Suiza, en los que la estructura social es más horizontal, la ciudadanía es más activa en la resolución de problemas. Es decir, hay una distribución más equitativa del poder y de los recursos con los que cuenta una sociedad. Y, por lo tanto, hay una mayor confianza, solidaridad y menor índice de violencia.

    Pero, ¿quién dijo que el caos no puede ser divertido a veces? Al menos podemos reírnos de la improvisación mexicana y de nuestras diferencias con el primer mundo.

    Es cuanto....