A un año de la partida de Ramón Eduardo Guevara, una de sus últimas colaboraciones en Noroeste.
Mi nombre es Ramón Eduardo Guevara, soy un sobreviviente de cáncer. Soy testimonio del poder de la oración. Dios existe, sin duda, y sea cual sea mi destino, este será para bien.
Agradezco a ustedes mis lectores, sus plegarias, créanme que han servido.
Tengo ya 50 días en cama, sin poder comer ni siquiera beber un poco de agua. Sueño con el agua, quisiera beberla a todo momento. Me obsesiona pensar en un helado de fresa con hielo frapé, un tejuino de mi pueblo, una agüita de coco… en fin.
Yo sólo quisiera que ustedes se den cuenta, a través de mi padecer, que lo tienen todo, que pueden caminar, correr, andar en bicicleta, respirar correctamente el aire puro. ¡Regocíjense!
Ojalá puedan reconocer que esos problemas que sin duda rondan por sus vidas, son cosa de nada, si se compara con lo que pudieran perder.
Pero bueno, estoy de vuelta aquí, 50 días después puedo teclear de nuevo y comunicarme con ustedes. ¡Los extraño! Y sólo tengo que agradecer a Noroeste que me siga sosteniendo pese a las felonías y embates de quienes consideran que soy un enemigo que merece quedarse sin trabajo.
En otra ocasión, abundaré al respecto.
Por ahora quiero decirles que tengo mucha fe y esperanza de salir de esta prueba tan difícil, la más espinosa de mi vida. Y tengo esa ilusión debido a su inagotable apoyo.
Desde las decenas de donadores de sangre, los sustentos económicos que he recibido, los médicos de mi pueblo, los del Issste donde he recibido una buena atención. En Mazatlán extraño a Tonatiuh Rocha Puente, para mí un ángel, Nico Solorza el de Rosario, quien fue contactado por Jorge Quevedo.
Me es difícil mencionarlos a todos, son muchos y sé que no sería justo empezar con unos y no terminar con todos: el Diputado Víctor Díaz Simental, Miguel Ángel Camacho, director del Issste en Mazatlán. Aquí en Culiacán el doctor Efrén Encinas.
Pero sobre todo a esa red de amigos que he forjado desde mi infancia y juventud en Escuinapa, esos que han sacado recursos y fuerzas extraordinarias para que yo sane.
Puedo decirles que estoy sano, ¡que Dios ya me hizo el milagro! que solo falta que mi cuerpo obedezca el decreto divino, que los médicos se terminen de convencer que mi evolución es asombrosa… ¡Que me permitan beber agua!
Y es que en verdad en esta enfermedad, influye tanto el estado de ánimo. Cómo enfrentar a ese monstruo es la diferencia. Así tendría que agradecer hasta el infinito la disposición de Míriam, la compañera de mi vida, quien en estos 50 días, ni uno solo de ellos, incluidas sus noches, me ha dejado solo.
Nos hemos derrumbado, hemos llorado, nos duele estar lejos de nuestra casa, de nuestros hijos, pero ella ha optado por este sacrificio que solo se traduce en un amor como el que me prodigan entre todos ustedes.
Sin duda, debo de agradecer a esta enfermedad el nivel de conciencia que he alcanzado, es claro que ya no soy el mismo. Y eso es una gran ventaja, pues aprecio y agradezco cada detalle de vida que Dios me da.
No les he contado cuanto peso… ustedes en Escuinapa recordarán al gordito de 99 kilos, pues ahora peso 65 y créanme que cuando lo supo no me cayó bien la noticia. Pero bueno, ya es cuestión de salir y recuperarse aunque no suba tanto.
En mis sueños estoy sano y feliz, corro, hago una vida normal. Creo que cuando salga una de mis pesadillas será volver a estos días.
Ya me resta encargarles solamente una cosa: están a tiempo, vayan con su médico, descubran a tiempo esta o cualquier otra enfermedad. No lleguen a este extremo. Háganlo por ustedes, por sus hijos, por lo que más aprecien.
Creo es todo, espero poderme comunicar con ustedes con más frecuencia. ¡Dios los bendiga!