Prever que Ómicron pudiera resultar en una emergencia similar a la del comienzo de la pandemia, lejos de ser una exageración innecesaria, es una medida responsable ante la falta de información. De hecho, de haberse adoptado una política previsora en febrero del 2020, nos hubiera ahorrado mucho dolor y muchas muertes.

    Cuando parecía que ya íbamos de salida de la pandemia en México, surgió la nueva variante Ómicron que ya se encuentra en varios continentes y que la OMS ha declarado de preocupación por la enorme cantidad de mutaciones que presenta. El mundo todo entró en temor por la posibilidad de que ésta fuera capaz de escapar a las vacunas y de imponerse a la peligrosa variante Delta que ha predominado. Desde entonces han corrido por los medios de todo el mundo especulaciones de todo tipo; que si da una enfermedad más leve, que si las vacunas no servirán, y muchas más.

    Lo cierto, es que lejos de tener datos certeros, al día de hoy la humanidad desconoce muchos de los efectos de Ómicron. No sabemos si las vacunas seguirán protegiéndonos eficazmente de ella o no. Hará falta esperar semanas para tener datos concretos y verificables de esta cuestión para saberlo con certeza. Lo que sí sabemos ahora es que Ómicron parece contagiarse más fácilmente que Delta, es decir, que es altamente contagiosa y que podría causar enfermedad más severa, podría, escribí. Esto, porque en Gauteng, Sudáfrica, se ha convertido en la variante dominante con una positividad que pasó del 1 por ciento al 30 por ciento en solo dos semanas y también las hospitalizaciones se triplicaron en solo dos semanas.

    Ante esta amenaza, los países han tomado diversos caminos para enfrentarla; desde cerrar sus fronteras parcial o totalmente, como hicieron Estados Unidos, Israel, Japón o Canadá. Esfuerzos que, en realidad, no lograron parar la diseminación de la variante que ya se encuentra en Europa y en América y que, por lo visto, será imposible de detener, nuevamente. Ante ello, algunos países, están implementando programas para vacunar muy rápido a sus poblaciones con una tercera dosis, como anunció el día de ayer el gobierno de Reino Unido. Frente a la incertidumbre, han decidido otorgar a la gente la mayor protección posible, con las vacunas existentes y al mismo tiempo insistir en las medidas de protección contra el Covid que ya conocemos, como el distanciamiento social, el uso de mascarillas obligatorias en espacios públicos, la cancelación de eventos masivos, etc.

    La emergencia de Ómicron no debería sorprender a nadie. Era perfectamente predecible que si el virus se seguía replicando sin control mutaría hasta crear variantes de muy alta preocupación. La política de “puertas abiertas” al virus, como le llamo yo, que muchos países adoptaron irresponsablemente desde el comienzo de la epidemia, garantiza que el virus siga entre nosotros. Es el caso de Reino Unido, de Brasil y de México, por ejemplo. Países que no mantienen ya (o nunca las mantuvieron) medidas de seguimiento de contactos y de restricciones fronterizas, que además, abrieron completamente su economía y levantaron las medidas de precaución.

    Eso, más la inequidad en la distribución de las vacunas a nivel mundial, es el perfecto coctel para la emergencia de nuevas variantes que nos seguirán poniendo en jaque. Claro, a los países pobres con menos población vacunada, les continuará yendo muy mal. Ese es precisamente nuestro caso. Con un porcentaje insuficiente de vacunación, con la población de alto riesgo sin refuerzos, y con niños y adolescentes aún no vacunados, no debemos esperar que las variantes nos traten bien, todo lo contrario: el gobierno tendría que cambiar su estrategia para proteger a la población, cosa que en casi dos años no ha hecho.

    Para empezar, frente a esta incertidumbre, el Presidente López Obrador, debería instruir que se compren suficientes vacunas para cubrir a toda la población, tanto infantil como juvenil, de manera expedita. Asimismo, garantizar que personal de Salud, adultos mayores y adultos con comorbilidades, reciban de manera urgente una tercera dosis de la vacuna. Implementar medidas de distanciamiento social y no invitar a congregaciones masivas, parecería de sentido común. Asimismo, se debería llevar a cabo una vigilancia epidemiológica real en aeropuertos para identificar a posibles portadores, cosa que México no ha hecho y que tarde o temprano tendrá que hacer, si no quiere que la mortandad de la población continúe.

    Prever que Ómicron pudiera resultar en una emergencia similar a la del comienzo de la pandemia, lejos de ser una exageración innecesaria, es una medida responsable ante la falta de información. De hecho, de haberse adoptado una política previsora en febrero del 2020, nos hubiera ahorrado mucho dolor y muchas muertes. Parece increíble tener que repetirlo, pero frente a la Covid-19 y sus terribles efectos en la salud de la población, no cabría ni un gramo de desdén, ni de exceso de confianza. Parecería que no hemos aprendido nada, cuando como humanidad, permitimos que el virus se expandiera por todo el mundo y lo dejamos convivir, libremente, con millones de personas que han dado oportunidad a que el virus mute.

    Frente a la incertidumbre, pues, no caben los detentes, ni la ceguera voluntaria, el “ahí se va” en el que hemos estado viviendo los últimos años. Si el gobierno no implementa políticas consistentes y responsables frente a la pandemia, México seguirá sufriendo los embates del virus y la mortalidad que conlleva.

    Hay que ser positivos, sin embargo. El Presidente López Obrador, tiene ante sí, una nueva oportunidad para corregir la estrategia de salud, y garantizar a la población mexicana que el menor número de vidas se pierda.

    Esperemos que la aproveche, porque es evidente que el virus seguirá mutando y todavía tenemos mucho o muchos que perder.

    Ojalá, querido lector.

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