Agencia Reforma / @jshm00
    Ebrard se trepa de nuevo a su columpio de sumisión y osadía. Sus atrevimientos sorprenden, pero se aplacan pronto. Es cierto que impuso sus condiciones para participar en el proceso interno de Morena, que logró que sus contrincantes renunciaran a sus puestos, y que intentó plantar ideas (por malas que hayan sido) en la competencia de los aduladores, pero no dio continuidad a su arrojo. Ebrard es un rebelde esporádico que sabe que no hay más política en su partido que la que dicte su dueño. Las encuestas que ha presentado como prueba de que encabeza las preferencias no hacen más que exhibir su fanfarronería. Por eso hasta la extorsión del camachista es tímida.

    Nuestras soporíferas campañas están lejos de ser asunto resuelto. No se atreven a decir su nombre, pero de pronto se han cargado de incertidumbre. En el oficialismo ha terminado el teatro de la cordialidad. Nada queda de las sonrisas y los compromisos de unidad. Lo que escuchamos ahora son las acusaciones a las trampas de unos y a las traiciones de otros. El mensaje reciente de Marcelo Ebrard abre la puerta de su salida. Sus acusaciones no son cualquier cosa. Su contrincante se beneficia del respaldo gubernamental, usa recursos públicos y engaña con encuestas falsas. Si ella representa el estancamiento de la “transformación”, yo encarno el futuro. Las denuncias del ex Canciller no son ataques a su adversaria sino a su antiguo jefe. Es a López Obrador y a nadie más a quien van dirigidas las acusaciones de Ebrard. El Presidente permite y alienta una farsa.

    Ebrard se trepa de nuevo a su columpio de sumisión y osadía. Sus atrevimientos sorprenden, pero se aplacan pronto. Es cierto que impuso sus condiciones para participar en el proceso interno de Morena, que logró que sus contrincantes renunciaran a sus puestos, y que intentó plantar ideas (por malas que hayan sido) en la competencia de los aduladores, pero no dio continuidad a su arrojo. Ebrard es un rebelde esporádico que sabe que no hay más política en su partido que la que dicte su dueño. Las encuestas que ha presentado como prueba de que encabeza las preferencias no hacen más que exhibir su fanfarronería. Por eso hasta la extorsión del camachista es tímida.

    Pero no es trivial lo que sucedió esta semana con el aviso del ex Canciller. Se trata de la exhibición más clara de las grietas que atraviesan al partido gobernante y de una notificación de que la ruptura es posible. El pleito que parecía difícilmente imaginable hace unos cuantos días, hoy es palpable. Podemos terminar septiembre con el brinco del contendiente derrotado al espacio opositor o su conversión en denunciante activo de la candidata oficial.

    En la otra banqueta las cosas están lejos de una resolución clara. El ascenso meteórico de Xóchitl Gálvez parece haber topado un límite. Fue el Presidente quien pedaleó su candidatura con su hostigamiento constante. Fue él quien la instaló en la contienda presidencial y fue él quien le regaló los pretextos para mostrar fibra y buenos reflejos. La agilidad, el humor y la determinación que afloraron en el pleito con el Palacio sirvieron para proyectarla como la alternativa que podría desmontar la retórica del régimen. Pero las dudas sobre la solidez de su candidatura crecen a medida en que escasean las agresiones presidenciales. Una biografía como la de la Senadora Gálvez puede ser una plataforma valiosísima para hacer despegar una candidatura presidencial, pero no es sustituto de un programa o un equipo de gobierno.

    Para el mayor drama de México, la candidata Gálvez pretende potabilizar lo que sería inaceptable en un candidato: propongo, dijo recientemente, una política “de ovarios” para enfrentar la violencia. El desplante causa risitas en el auditorio que festeja un desparpajo cada vez más trillado, pero resulta preocupante. A la barbarie no la podemos enfrentar con otra ocurrencia. En el intento de ser más precisa, Gálvez habló de la conveniencia de ¡prohibir las micheladas! La Alcaldesa imagina que los cambios en la justicia cívica, esa que detiene al borracho de la esquina y vigila que nadie orine en la calle nos salvará del ejército de los decapitadores. Para terminar con la ocurrencia de los abrazos como política de seguridad, la Senadora propone limitar la venta de cervezas desabridas. La tontería que expuso en un foro reciente es ejemplo del desconocimiento del mayor problema del país, de la ausencia de soluciones y, quizá lo más grave, de la soledad de su candidatura. Gálvez es una política solitaria. Si cree que su campaña puede seguir la misma ruta de su despegue, se equivoca. Es cierto: su ascenso se explica por su arrojo personal, por su distancia de las burocracias, las maquinarias partidistas y las doctrinas. Pero ahí está, como se ve claramente desde ahora, su límite. Su historia vida y sus reflejos no bastan. Frente a ella, aún puntera dentro del Frente, está una maquinaria de partido y una política profesional.

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