La existencia del infierno se ha puesto en duda, sobre todo la de un lugar con toda la clase de castigos que enumera Dante en los círculos de la Divina Comedia. La Iglesia católica lo definió como dogma de fe en el IV Concilio de Letrán, del año 1215, aunque también se recuerda la frase paulina: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,3-4).
Tal vez, amparándose en esta voluntad divina, el Papa Francisco expresó el 14 de enero de 2024: “Lo que voy a decir no es un dogma de fe, sino algo personal mío: me gusta pensar que el Infierno está vacío; ¡espero que sea así!”.
Independientemente de si creamos o no en un infierno posterior a nuestra vida, lo que sí urge es actuar decididamente para no convertir la vida actual en un infierno, puesto que esta actitud es la que nos marcaría para ser arrojados al estado o lugar posterior de castigo.
Los habitantes de los países que están en guerra viven, ya, su propio infierno. Son tantas las violencias, odios, crímenes y miserias que producen soberbia, orgullo y avaricia, que podemos hablar de un infierno presente, como afirmó el escritor Nuccio Ordine:
“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”.
¿Vivo un infierno?