Inicia la fáustica carrera del Nobel

EL OCTAVO DÍA
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    El Nobel es una invención igual de explosiva que la dinamita, otro legado de su venerable fundador, quien pasó sus últimos días en San Remo, Italia, siendo vecino de Ignacio M. Altamirano, quien vivía con la familia de Porfirio Díaz y lo veía todas las mañanas.

    El próximo jueves 6 de octubre -siempre es en jueves- se dará el fallo del ganador del Nobel de Literatura.

    Con eso no sólo se anuncia ese reconocimiento, sino que a nivel mundial inicia la temporada fuerte de la promoción de los autores, la literatura y el negocio editorial. (No son lo mismo).

    Los últimos meses del año son cuando más se venden libros y la noticia del Nobel es como anunciar el ganador del Grammy o los Oscar. Hay muchos lanzamientos y empiezan ferias del libro. Algunos autores como Murakami sacan nuevo libro por estas fechas por si se hace la feliz coincidencia.

    Y la carrera es también para el ganador que, durante un año tendrá cientos de compromisos y jamás vida privada el resto de su vida.

    Le llamó fáustica por el Dr. Fausto, aquel que vendió su alma a Mefistófeles y luego se arrepintió de la gracia concedida.

    Para bien y para mal, el Premio Nobel se ha convertido en la conciencia de un mundo cada vez más atribulado y confuso. Y además una peculiar herramienta de la geopolítica internacional cuyas teorías de conspiración a veces se vuelven delirantes.

    Se ha llegado a decir que Mitterrand, junto con Olof Palme y Felipe González le consiguieron el Nobel a García Márquez durante un renacimiento de la izquierda europea. O que el Presidente Salinas de Gortari se lo cabildeó a Octavio Paz en alianza con los gringos el marco del Tratado de Libre y Comercio... (y de paso también el Miss Universo para la fronteriza Lupita Jones).

    El Nobel es una invención igual de explosiva que la dinamita, otro legado de su venerable fundador, quien pasó sus últimos días en San Remo, Italia, siendo vecino de Ignacio M. Altamirano, quien vivía con la familia de Porfirio Díaz y lo veía todas las mañanas.

    Estamos tan acostumbrados a aceptar sus designaciones que nunca nos preguntamos por qué le damos tanta autoridad global a una academia provinciana, provinciana en el sentido de que su nicho es uno de los países menos protagónicos de Europa y cuya propia literatura no es muy conocida en el resto del orbe.

    Tampoco posee una tradición académica en sus universidades que nos haga resentir la autoridad que nos inflingen nombres como La Sorbonne, Oxford, Cambridge, La Complutense o Poitiers, fundada en la Edad Media y en cuyas aulas impartieron cátedra figuras como Leibniz y Renato Descartes.

    Hoy en día, la Academia Sueca no tienen ningún integrante que hable y lea español. Va a pasar un buen rato para que un latinoamericano no mediático, por no decir mexicano, reciba ese reconocimiento.

    Se habla del chileno Raúl Zurita... de ser el tercero Nobel de ese país, algo se nos confirmaría.

    La Academia se aventó una broma global al darle el premio en 1989 y 1990 a dos autores en lengua española seguidos: Camilo José Cela y Octavio Paz. La academia solía premiar a un africano un año, para dárselo al siguiente a un asiático y después a algún poeta de cierta isla perdida del Caribe, como fue el caso de Derek Walcott, así que esta vez agarró en curva a todo el mundo... Recordemos que estos tres fueron en el marco de los 500 años del descubrimiento de América.

    Arthur Lundkist, fallecido en la década pasada, era el líder académico en cuanto a los premios entregados por el lado nuestro. Gracias a él -según confesó en una entrevista- Borges no recibió el Nobel. A los suecos les molestó su chiste de que el Nobel era un premio que circulaba por turnos, rumbo a diferentes confines de la tierra, y cualquier autor de calidad que viviese lo suficiente y tuviese un comportamiento correcto, de preferencia cercano a la izquierda, podría recibirlo a su tiempo.

    Hoy el Nobel nos confirma que su mirada se ha echado hacia Europa en los últimos años a pesar de la labor misionera que preconizaba Borges.

    Hasta el Nobel a Pamuk se inscribe dentro del debate del periodo donde Turquía deseaba unirse a la Unión Europea, mientras que las mentes de Maastricht preferían mantener al “gigante enfermo de Europa” como una eficaz barrera a las migraciones orientales. (Y ahorita ya Turquía está de moda)

    Francia ha ganado los más recientes. Vean los casos de Annie Ernaux, Patrick Modiano y J. M. Le Clezio. Estamos hablando de autores prolíficos, de más de una veintena de libros pequeños, a diferencia de los autores latinoamericanos “duros”, cuya obra no pasaban de más de los 15 títulos y eran poderosos, como Carpentier, Onetti o García Márquez.

    Ahora sólo faltaría que gane el Nobel Pascal Quignard, otro compañero de generación de los que mencioné , bien recordado por su novela breve y versión fílmica de la vida del compositor Marin Marais: Todas las mañanas del mundo.

    Cada autor que gana el Nobel nos hace echar una mirada sobre su obra, sobre nosotros mismos y sobre su país.

    Ojalá la Academia acierte y su obra nos abra nuevos caminos y no se nos desdibuje con el tiempo, como sucedió con el novelista Patrick White, ganador del Nobel nacido en Londres, pero de Australia, quien hoy ya nadie recuerda.

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