"Inteligencia artificial o Sistemas expertos"
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
El tema de la inteligencia artificial (IA) hoy está de moda, también en el mundo empresarial. En otro artículo dije que no importan tanto los sistemas expertos y sus robóts, sino el uso que hagamos de ellos. Pero... ¿será correcto hablar de un buen o mal uso de la IA?
Nuestra inteligencia es natural. ¿Puede nuestra inteligencia ser usada por otros? No se trata de que otros nos obliguen a que usemos nuestra inteligencia en beneficio de sus objetivos, sino de que sean ellos –no nosotros– quienes usen nuestra inteligencia. En este sentido estricto, nuestra inteligencia no puede ser usada al margen de nosotros mismos.
¿Podrá decirse lo mismo de la IA? Si la IA pudiera ser usada por nosotros –al margen de ella misma–, ¿no dejaría de ser inteligencia justamente por eso, por muy artificial que se le llamara? Si la IA pudiera ser usada por nosotros, en nada se diferenciaría de los sistemas expertos. Quizá por eso a muchos sistemas expertos se les ha comenzado a llamar IA, pero se trata sólo de una cuestión terminológica sin importancia, aunque no todos lo reconozcan (nos gusta hablar de IA).
La cuestión de fondo es si la IA deba asemejarse a la inteligencia natural en no poder ser usada por otros. Se trata de si sea esencial a la IA el poder “pensar” por ella misma, al margen de nuestras instrucciones.
La IA tendría que ser un programa de cómputo, por muy complejo que fuera, que funcionara en una o muchas computadoras (ordenadores) o supercomputadoras; lo cual sería un conjunto de instrucciones para ser ejecutadas, con o sin robóts. Tal equipo sólo ejecuta las instrucciones que le hayamos dado; no se programa a sí mismo, a menos que le hayamos dado instrucciones para hacerlo, y sólo sería un sistema experto. Parece, pues, que no puede haber IA.
La inteligencia natural no es algo que deba ejecutar instrucciones que le hayan sido dadas externamente. Nosotros pensamos por nuestra cuenta, con liberad y apertura de mente. Cuando obedecemos lo hacemos porque libremente lo decidimos, después de pasarlo por el tamiz de nuestra conciencia; y por eso podemos desobedecer. Los programas de cómputo no pueden desobedecer.
La IA tendría que ejecutar instrucciones dadas externamente, sin conciencia ni libertad (y sería sólo un sistema experto). Pero, en contradicción, la IA debería simular o emular a la inteligencia natural precisamente en lo que la caracteriza, es decir, en no tener que ejecutar instrucciones externas, sino obrar con conciencia y libertad, con mente abierta y espontaneidad. Parece, por tanto, que no es posible lograr la IA, sino sólo sistemas expertos, que ciertamente ejecutan instrucciones externas.
Las computadoras no aman ni odian, no conocen ni deciden, porque no son personas, ni siquiera son seres vivos. Sólo simulan todas esas acciones porque les son dadas las correspondientes instrucciones por seres humanos pensantes. Pero no se puede emular el pensamiento mismo.
Analicemos: el sistema experto Deep Blue realmente juega ajedrez, pero no como una acción propia suya –como un niño llora o un perro ladra–, sino sólo por las instrucciones que recibe. Sólo simula auténticamente la acción de jugar, como si fuera suya, pero realmente juega.
No se puede decir lo mismo de la IA, porque no es verdad que la IA realmente piense, del mismo modo que Deep Blue realmente juega. Deep Blue realmente juega porque simula auténticamente la acción de jugar. En cambio, la IA no piensa realmente, porque no simula auténticamente la acción de pensar.
Para simular auténticamente se requieren instrucciones de más arriba, de una inteligencia; de no ser así no se simula... ¡se es! Pero no se puede simular la inteligencia misma, porque no hay nada más arriba, a menos que fuera otra la inteligencia. Pero en tal caso la inteligencia de arriba daría instrucciones a la inteligencia de abajo; la cual, por eso mismo, no sería IA, sino sistema experto.
Lo peligroso no es la supuesta IA, sino los sistemas expertos, porque los peligrosos somos nosotros, los programadores.
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Carlos A. Dumois es Presidente y Socio Fundador de CEDEM.
* “Dueñez®” es una marca registrada por Carlos A. Dumois.