El paisano Joaquín: “Al ser Juárez ‘licenciado’, su educación debió incluir latín, porque éste era entonces el idioma legal, oficial; también griego y desde luego francés, porque en el Siglo 19 era el idioma internacional y durante el Siglo 18 Francia controlaba desde Louisiana en el Golfo de México hasta Quebec en la región canadiense de los grandes lagos.
Manuel Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada, Rubén Darío y otros, eran más afrancesados que los franceses; a don Amado Nervo lo excomulgaron por su poema Raffinement, escrito en francés, dedicado a su novia mahatleca y publicado en Místicas en 1898. Enrique Fernández Ledesma en Galería de fantasmas (1939) dice que ‘Monseñor Ignacio Díaz, Obispo de Tepic, fulminó el anatema contra Místicas. Una ofrenda negra, una maldición eclesiástica. El blanco de la ira del Obispo era Raffinement. La noticia de la excomunión de Nervo onduló en los periódicos nacionales; el libro anatemizado y prohibido por la iglesia conoció un gran éxito gracias a esa publicidad negativa. Aunque la censura provino de Quimera, la sede de las Ideas generales y Oficiales, Nervo optó por acatarla y extrajo Raffinement de la edición de 1904 e, incluso, de las Obras completas [Aguilar] impresas en Madrid. El anatema alcanzó su objetivo. La censura funciona como un vínculo excluyente que atraviesa los poderes. Tiene efectos de resonancia que van del ámbito religioso al político, de lo económico a lo social, de los espacios institucionales a los modos de vida. La censura se ejerce respecto del discurso que pone en entredicho los poderes constituidos y también respecto del de las oposiciones legitimadas. Nos hace hablar y escribir de un cierto modo’. (Salvador Gallardo Cabrera, 2020)
Tengo a la vista una edición de La Paz Perpetua. Ahí dice que: ‘se publicó en alemán en 1795... en 1796 publicóse una segunda edición, aumentado con el ‘Suplemento segundo’, al mismo tiempo se hizo una traducción francesa, vigilada por el mismo Kant, que estaba muy disgustado de la versión publicada un año antes, en Berna, con el título de Projets de Paix Perpétuelle. El éxito enorme alcanzado por este tratadito filosófico político se explica fácilmente por dos grupos de motivos, ocasionales unos y permanentes otros.
La Revolución Francesa había conmovido al mundo. Un pueblo entero se alzaba decidido a constituirse y gobernarse conforme a los principios, ya vulgares entre los filósofos, de libertad, igualdad y justicia política. Contra ese pueblo coligadas las monarquías tradicionales, empeñadas, por instinto de conservación, en restaurar el régimen caído, habían sido vencidas, y las jóvenes tropas de la República imponían a los reyes de Prusia y de España la paz de Basilea (abril-julio de 1795). Muchos espíritus cultos pudieron pensar que esta maravillosa consolidación del régimen republicano en Francia, podía o debía ser el anuncio de radicales reformas en las viejas instituciones y la aurora de una nueva época de justicia, de paz, de libertad. El anciano Kant, el filósofo del idealismo, de la moral pura, de la libertad, iba todos los días a esperar el correo que le traía noticias de Francia.
En este ambiente de férvido entusiasmo, el sueño de la paz perpetua era ya casi una realidad; era, por lo menos, un imperativo moral urgente.
Muchos pensadores habían meditado proyectos de paz universal. En el Siglo 18 esta idea flotaba en el ambiente. El abate Saint Pierre concibió y escribió su largo Proyecto de paz perpetua. Un resumen de este proyecto y un juicio del mismo, hechos por J. J. Rousseau, habían popularizado las ideas humanitarias del abate. Pero en la concepción de Saint Pierre, hay aún demasiada minuciosidad de organización y una excesiva confianza en la virtud de las ideas sobre la mente de los príncipes.
Kant plantea el problema de otra manera. Más que un proyecto, es su tratado una afirmación optimista. Kant no duda que algún día llegará el mundo a conocer y gustar los beneficios de una paz perenne’. (De la traducción y notas de F. Rivera Pastor, Espasa Calpe, Madrid, 1946)”.