Es frecuente que nos quejemos de los hábitos, vicios, errores y actitudes de la juventud actual; pero, muy poco reflexionamos en nuestra responsabilidad en la configuración de ese desalentador panorama. ¿Cómo estimulamos a los jóvenes? ¿Cómo los educamos? ¿Qué alternativas les proponemos? ¿Con qué embriagador panorama abrimos el universo de su mente? ¿Qué escala de valores les proponemos? ¿Compartimos empatía o desinterés? ¿Cómo los acompañamos en sus retos y desafíos? ¿Cómo alentamos su creatividad y capacidad crítica?
La educación tiene la obligación de responder a este nuevo panorama, porque los jóvenes actuales no pueden aprender con los métodos tradicionales de ayer, puesto que se ha transformado su cerebro y su cultura debido a los avances tecnológicos.
Aun cuando los maestros sean mayores, pueden acoplarse a sus estudiantes, como recordó Richard Gerver al citar a un maestro chino de 70 años, quien expresó agradecido:
“Cada día me coloco ante estos jóvenes, que me miran con sus caras llenas de expectación y de esperanza, con su energía que irradia por el ambiente viciado de esta clase. Al mirarlos, pienso en mi interior que en algún pupitre en esta aula podría estar sentada la persona que encuentre la cura para el cáncer, o la solución para lograr la paz en el mundo. Podría ser la persona que componga la siguiente gran sinfonía que conmueva a la humanidad. Podría ser un futuro líder, médico, enfermero, maestro, medallista olímpico. No lo sé, pero lo que sé es que están ahí y mi trabajo es identificar y nutrir ese talento, no sólo por su propio beneficio, sino por el posible beneficio de otros. ¿Existe una responsabilidad mayor o una oportunidad mejor que esa? Me considero afortunado, por eso es por lo que les doy las gracias”.
¿Fortalezco la esperanza del joven?
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