La época de Navidad es un tiempo preñado de alegría, pero también de insondable melancolía. Los momentos de júbilo y euforia se alternan con aguda tristeza y nostalgia. Quienes han perdido un ser amado resienten el peso de la añoranza.
Freud publicó un escrito titulado “Duelo y Melancolía”, en el que concibe esta última como una enfermedad que distorsiona la realidad al no aceptar la ausencia del ser querido, lo que afecta la autoestima y lleva a la depresión.
Sin embargo, en la melancolía también hay una fértil vena creadora. “¿Por qué todas las personas que han sido eminentes en filosofía, política, poesía o artes han sido claramente melancólicas?”, se preguntó Aristóteles.
Ippolito Pindemonte le dedicó una poesía en la que la identifica con una ninfa que admira la naturaleza y escapa del bullicio de la sociedad. Vincenzo Bellini retomó algunas estrofas de este poema para componer la primera de sus seis ariettas “Melancolía, ninfa gentil”.
“Melancolía de amor” se llama una famosa canción napolitana: “Melancolía de un amor sin paz, melancolía de quien no tiene fortuna y canta a las estrellas y la luna, mientras todo en torno calla”.
“Melancolía” se titula uno de los grabados de las Estampas Maestras de Alberto Durero, que muestra a un ángel triste y desconcertado y a otra pequeña figura infantil que significa el rostro positivo de la melancolía creadora.
En un encuentro que tuvieron Jorge Luis Borges y Juan José Arreola, el 4 de diciembre de 2001, el primero recordó la funesta etimología de melancolía: cólico negro. “En cambio, en español y en todos los demás idiomas es una palabra como de plata”, dijo.
Arreola respondió: “Bellísima, porque la melancolía incluso es dulce, y la melancolía es la más incurable de las enfermedades”.
¿Cultivo la melancolía creadora?
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