La cicatriz que le quedó a Pedro

31/01/2022 07:03

    No era la primera vez que tocaban ese tema y el primo se molestaba, por eso es que Pedro insistió.

    La idea era sólo molestar por molestar.

    “Así que te vas a casar...”, le decía.

    Ya llevaban varias horas caminando, pero nadie se quejaba.

    La vida en la sierra de Sinaloa los había hecho cómo tenían que ser, así de resistentes, de arrebatados, de silvestres y fuertes.

    No tenían más de 20 años de hecho Pedro tenía 18, casi los mismos que su primo.

    Por eso andaban por esos lados, en el mero corazón de la Sierra Madre Occidental, entre cerros repletos de árboles y rocas gigantes, por el puro cauce de un arroyo seco que seguramente desde el cielo era una cicatriz café clara entre el verde brillante de vida.

    Caminaron, según recuerda, hasta que sentía que en el huarache cruzado de baqueta se le hundía más la planta del pie. Y sentía como un piquete intenso en la planta, de cansancio, que lo obligado a veces a pisar de lado.

    “Entonces, ¿te vas a casar?”, le insistió Pedro a su primo.

    “Ya te dije que sí, ¡cómo chingas!”, le respondió Carlos su primo.

    Luego el tercero en el grupo, Rubén, se reía casi de lado. Despacito.

    Je, je, je.

    Pero no duele tanto la carrilla, reflexiona hoy Pedro al recordar el incidente, la risa es la que chinga.

    No era la primera vez que hacían ese recorrido, preferían evitar los caminos, los camiones y los soldados.

    Preferían ir por donde no hubiera personas, aún con el fuerte calor y lo accidentado del camino.

    Si acaso había un pequeño rancho a las ocho horas de camino, a donde llegaban a pedir un poco de agua del pozo o comprarle algo de comida a la familia que vivía ahí.

    Lo que me contó es que ese rancho estaba ya después de que el camino comenzaba a ir en descenso.

    Esos paisajes que ofrece la sierra e Cosalá son mágicos, sobre todo los ocultos porque no hay quien llegue a poner rayas y letras con algún marcador o con pintura en aerosol.

    No existe una vereda hecha, porque casi nadie pasa por ahí para machacar tanto el camino como para que ya no crezca el zacate.

    Tampoco casi nadie está cuando hay pumas -o leones de montaña como también son conocido- en lo alto de las rocas, acechando a alguna potencial presa.

    Y no había, en esos tiempos, Sinaloa de los años 80, una malandrinada tan presente como para andar cuidando y acarreando hielo o meta de los narcolaboratorios.

    A lo que sí iban Pedro, su primo y el Rubén, era para llevar mota a Culiacán, que otro primo de ellos sembraba en un terreno bien alejado de la cabecera y en medio de la nada.

    Todos tenían nociones de la música, porque crecieron en familias que tocaban instrumentos, por lo menos guitarra, tololoche y batería, pero pleitos familiares habían terminado con el sueño de armar un grupo musical que llegara a la fama, como para vivir de eso.

    Lo peor es que los pleitos, según recuerda Pedro, eran por cosas menores, por ganado que se cruzaba la alambrada y terminaba destruyendo y comiéndose la cosecha, o por mitotes, por faltas de respeto o por alguna otra cosa que para otros podría parecer exagerado.

    A mitad del camino, en una y que formaban dos cauces de arroyo decidieron detenerse a descansar y a comer algo.

    En la mochila, todos traían lo necesario para un viaje como estos, alimento, agua y una pistola o un cuchillo.

    Aprovecharon la sombra de un árbol y desenvolvieron las servilletas bordadas en donde traían burritos de carne con verdes y frijol. Destacaron las botellas con agua y quedaron unos minutos entre un silencio intermitente sólo por las mascadas: cham, cham, cham.

    Pedro, queriendo hacer el momento más humano y digerible, insistió en molestar a su primo con el tema de antes.

    ¿Y para cuándo es la boda?, le preguntó con una sonrisa pícara.

    Carlos solo lo miraba, mientras devoraba con gestos exagerados uno de sus burritos de frijol en tortilla harina.

    No hubo respuesta.

    Carlos se empina la botella para tomar un gran trago de agua, tanto que hasta se le derramó por la barbilla y le cayó en el pecho.

    Rubén interrumpió el silencio y le hizo ver a Pedro que ya era momento de dejar de molestar.

    “¿Pero qué tiene?, estoy preguntando para saber...”, justificó Pedro con una sonrisa.

    “No te hagas pendejo..., yo también sé por qué lo dices”, reclamó Rubén.

    ¡Clic!, sonó de sorpresa.

    Pedro y Rubén voltearon y Carlos le apuntaba a su primo con el revólver 38 que sacó de su morral.

    “Ya me vienes hasta la madre... ya me tienen hasta la madre tú y el pendejo de tu hermano”, dijo.

    La prometida de Carlos había sido novia de otro de sus primos.

    “Si sigues, te voy a matar”, lo amenazó.

    Molesto por la situación y la amenaza, Pedro respondió, envalentonado: no tienes los huev...

    ¡Bang!

    Pedro recibió el impacto de la bala y cayó rodando con dirección de donde venían .

    “Ojalá te mueras, a chingar a tu madre”, le dijo Carlos y comenzó a caminar.

    Rubén se mantuvo un momento quieto, luego revisó a Pedro. Éste no se movía. Aterrorizado corrió para alcanzar Carlos que iba guardando sus cosas en el morral.

    Lo que recuerda Pedro es que despertó cuando ya era noche.

    En medio de la nada, se halló en una oscuridad profunda, con ruido de insectos y la noche estrellada.

    Recordó lo que le pasó cuando intentó levantarse, cuando el brazo izquierdo, en donde recibió el impacto, lo traía colgado.

    Dolía, estaba empapado de sangre, y recordó que había animales salvajes en la zona.

    A como pudo se hizo un amarte con la camisa para no traerlo colgando y comenzó a caminar, guiado por los cauces.

    Por lo menos debió caminar tres horas, explica, para llegar al rancho en donde les vendían comida..

    Lo auxiliaron y pasó la noche ahí. Al día siguiente lo llevaron a caballo a la cabecera para que le dieran atención médica.

    Pero Pedro, por ignorancia, se negó a operarse y recibir una curación más allá de vendajes y antibióticos, porque el húmero se le partió a la mitad.

    Hoy platica que no tiene mucha fuerza en su mano izquierda, pero que si es medio funcional. La lesión, después de 40 años, sigue visible, porque tiene que ayudarse a acomodarse un brazo con el otro y a veces el hueso quebrado le levanta la piel como poste en carpa de circo.

    --Oye, Pedro, y ¿volviste a ver a tu primo?

    --No.

    --¿Qué fue de él?

    --Lo mató otro primo, por un pleito de vacas.