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"DESDE EL ICAMI"

"La fuerza de la amabilidad"

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    En esta época de propósitos de año nuevo me parece oportuno hacer una reflexión acerca del trato que tenemos con los demás. Será acaso que nos quedamos en un mero respetar a los demás o procuramos tener una postura más proactiva haciendo que los que nos rodean la pasen bien y se sientan verdaderamente comprendidos y felices al convivir con nosotros.
    Vivir el respeto con los otros es ya una cosa muy buena, pero me parece que es insuficiente. No es lo mismo sentirme respetado que sentirme querido; no es lo mismo ser tratado con respeto a ser tratado con amabilidad. Con la amabilidad nos sentimos realmente queridos porque nuestro corazón –aunque algunas veces parezca de piedra o esté frío- reclama cariño, reconocimiento y buen trato.
    Con la amabilidad podemos alentar los esfuerzos de otros en su búsqueda del bien y en el logro de metas y objetivos. ¿Por qué la exigencia debe hacerse “a la tremenda”, con regaños o con caras largas? Podemos lograr más con la amabilidad porque es la única clase de elogio verdadero en sintonía con la dignidad de la persona humana.
    ¿Cuántos planes fracasan por falta de una muestra de amabilidad?, ¿cuántas veces hemos podido llevar a término una tarea, que estábamos a punto de abandonar, gracias a unas palabras amables o una mirada de alguien que nos infundió ilusión?, ¿cuántos corazones han superado un momento de sufrimiento gracias a que alguien supo comprender lo que les pasaba?
    Y es que un poco de amabilidad rinde mucho, es una especie de poder oculto que nace del fondo de nuestra alma, es un vaciarnos de nosotros mismos para llenar a los demás. La amabilidad es uno de los mayores regalos de Dios al mundo que podríamos aprovechar más quizá porque su valor es poco conocido: la amabilidad no tiene precio.
    La amabilidad es la que nos lleva a “sorprender” al otro sin que nos lo pida, a sabernos adelantar a una necesidad o un deseo que sabemos que tiene. En definitiva, se trata de fijarse en las cosas del otro para que se sienta importante y pase un rato agradable. Es llevar paz y felicidad a los demás. Una pequeña sonrisa o un simple tono de voz o una suave palmada pueden hacer mucho bien y pueden ser justo aquello que esa persona necesita en ese momento o situación concreta.
    La amabilidad es contagiosa, siembra amabilidad y cortesía en el trato mutuo. El buen ejemplo cunde. Un solo gesto amable echa raíces en todas direcciones, y de las raíces salen nuevos brotes y nacen árboles nuevos. La amabilidad enriquece a quienes son amables con nosotros, es decir, suele ser más amable quien más amabilidad recibe. La gente que recibe nuestra amabilidad, si ya era amable antes, aprende a serlo todavía más, y si no lo era, aprende de nosotros a serlo. De modo que no hay mejor obsequio que mostrarse amable.
    Sirvan para nuestra reflexión estas otras palabras de Lawrence Lovasik: “La amabilidad acaba con la tristeza y la pesadumbre de las almas y pone esperanza en los corazones que desfallecen. Descubre bellezas insospechadas en el ser humano y anima a corresponder con lo mejor que hay en nosotros. La amabilidad purifica, enaltece y ennoblece cuanto toca. Abre las compuertas de la risa a los niños, recoge las lágrimas del amor arrepentido y alivia el peso del cansancio. La amabilidad detiene el torrente de la ira y elimina el resquemor del fracaso. Alza al desventurado, devuelve el camino al descarriado”.
    No cabe duda que la amabilidad hace la diferencia y que vale la pena vivirla.
    Director General Adjunto y Profesor del Área de Antropología y Ética
    ICAMI, Centro de Formación y Perfeccionamiento Directivo, Región Noroeste.
     

     

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