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@rodolfodiazf
Es difícil ser padre. No es sencillo formar, guiar e impulsar a los hijos para que forjen su camino. En muchas ocasiones reproducimos los patrones negativos que nos hirieron cuando éramos pequeños. En lugar de proporcionarles afecto, seguridad y bienestar emocional, nos convertimos en olas que derrumban sus castillos de arena cuando apenas los estaban modelando.
Es cierto que los hijos necesitan dirección y mano firme, pero nunca debemos olvidar que la fortaleza del árbol se fundamenta en la raíz de una semilla depositada en el surco del ejemplo, con sustanciosas dosis de amor, cuidado, tiempo y dedicación.
Hay padres que solamente se preocupan por dejar a sus hijos un patrimonio económico, descuidando la herencia más importante: formar una persona íntegra, respetando y alentando su desarrollo, autonomía y autoestima.
El 4 de febrero de 2015, el Papa Francisco pergeñó la herencia ideal de un padre sabio y maduro: “Seré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría y me emocionaré cada vez que te escuche hablar con rectitud... Te di un testimonio de rigor y firmeza que tal vez no comprendías, cuando hubieras querido solo complicidad y protección”.
Bergoglio resaltó la importancia que tiene la presencia del padre en la escena familiar. “Que sea cercano a la esposa, para compartir todo, alegrías y dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando son despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando son taciturnos, cuando se lanzan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando vuelven a encontrar el camino... Decir presente no es lo mismo que decir controlador, porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos, no los dejan crecer”.
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