La incomprensión lectora que hoy vivimos

EL OCTAVO DÍA
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    Leer libros de moda no es condenable. El acto de leer y comprender no debe ser pasajero, ni depender de temporadas. La moda, por definición es efímera. La tradición sostenida es aquello que en verdad cuenta.

    Antes se cultivaba el postulado de que la lectura por recreación no era positiva. Que leer historias inventadas era una pérdida de tiempo y era mejor distraerse en textos científicos o cuando mucho biografías. Tan grande fue ese prejuicio en el pasado que Julio Verne tuvo que vestir sus novelas de viajes y aventuras con lo que se llamó “ficción científica”.

    La lectura, incluso la lúdica, aquella que se hace por divertirse o pasar el rato, es y puede ser a veces más didáctica que los textos contemplados con ese fin. El joven que desentraña un libro de Harry Potter pone en marcha los mecanismos mentales de la visualización, el análisis y la memoria, todo al mismo tiempo y sin estar en consciencia de la automatización del proceso.

    La falta de esa lectura nos ha hecho un poco retraídos en cuestiones expresivas. El mexicano promedio usa un vocabulario limitado; más o menos con el mismo número de frases y expresiones de uso común en una telenovela.

    Ya no verbalizamos; no acudimos a fraseos aventurados o buscamos matices en una conversación a través de los temas o el ritmo de los enunciados... Sume usted que aquí en el norte la gente es muy parca para hablar o a veces, de plano, no tiene ganas ni de saludar a nadie.

    Se acusa de ello a la falta de énfasis en el estudio de la llamada comprensión lectora.

    Para la gran masa, leer un libro “de puras letritas, que no tenga dibujados los monos en acción” equivale a escuchar los discursos de una sesión en la Cámara de Diputados. De no ser por Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía - ambos escritores de origen español - muchos mexicanos no se hubiesen atrevido a franquear las puertas de una historia cimentada en la sola presencia de los tipos de imprenta.

    Yo me he vuelto un lector más aprensivo, que no es lo mismo que exigente. Si a estas alturas de mi vida abro un libro y no ocurre nada en mi mente durante diez minutos, mejor lo cierro. Aunque eso viene porque a veces leo cosas por obligación e incurro en el exceso.

    No condenemos a quienes leen a Pablo Coelho, a esta señora que escribió “Crepúsculo” o quienes, hace unos años, tomaron como Biblia el regular texto de Irving Stone sobre la vida de Van Gogh. Fue curioso cómo la gente buscó dicho libro al poco tiempo que un millonario compró “Los girasoles” porque combinaban con una pared de su oficina.

    Leer libros de moda no es condenable. El acto de leer y comprender no debe ser pasajero, ni depender de temporadas. La moda, por definición es efímera. La tradición sostenida es aquello que en verdad cuenta.

    Yo fui de esos niños que en Navidad pedían juguetes extraños, además de los reglamentarios para quien tuviese una infancia normal y promedio. Uno de los que más enseñó aspectos inesperados del conocimiento fue mi Juego de Química, el cual solicité con la secreta intención de volar por los aires, inventar una nueva fórmula secreta o quizás convertirme en un científico excéntrico.

    Mi primer juego de Química me ayudó a aprender algo más que el compromiso inmediato con la evidencia empírica y experimental: desarrolló en mí los principios de la comprensión lectora, detalle que de seguro no previeron los fabricantes.

    Paso a explicarme: a diferencia de las instrucciones de mis libros de texto gratuito y las enciclopedias infantiles, la redacción del folleto era bastante árida para un niño de 7 años. De entrada, el manual me hablaba “de usted”, mismo tono que usan los padres al regañarnos: “Coloque dos cucharadas de sulfato de fierro y amonio en un tubo de ensayo”, etc.

    Los otros textos que había leído eran más amigables y, por lo tanto, más ignorables de ser el caso: “No vayas a encender tú sólo la lámpara de alcohol. Pídele ayuda a un adulto de tu familia”.

    Así que fue una especie de shock tener que descifrar una escritura compleja y algo pedante, tal vez redactada por alguien sin conocimientos de pedagogía infantil y cierto desgano. Quizás ahí fue donde evolucionó mi capacidades de lector y comprensión.

    La vida está hecha de pequeños retos y por aquí se empieza. ¿Cuántas personas conoce usted que no solo no saben leer instrucciones y que aparte se ofenden de la sugerencia? Erradiquemos esa dejadez que poco a poco a todos nos embota.

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