Hasta la saciedad se ha repetido que los ojos son las ventanas del alma, porque a través de nuestra mirada se descubre la intencionalidad de nuestro actuar y proceder. Los ojos nos desnudan y ante la mirada del otro no nos podemos esconder ni escabullir.
La mirada del otro me reconoce, me descubre, me identifica y me aprueba o me condena. Hay miradas tiernas, cariñosas, dulces, afables, solícitas y afectuosas; como las hay también duras, incómodas, inquisitoriales, reprobatorias, despectivas y acusatorias.
De igual forma, hay miradas que cobijan y otras que desnudan; miradas que protegen y miradas que castigan; miradas que acercan y miradas que marcan distancia; miradas sordas y miradas que escuchan; miradas cálidas y congeladoras.
Por desgracia, en la actualidad vivimos una ausencia de miradas. La tecnología influye de manera enorme para diluir el poder de la mirada y la presencia del otro, como observó el filósofo Byung-Chul Han: “Desde que existe el smartphone, nos miramos cada vez menos a los ojos”.
Añadió que los medios digitales dan lugar a una comunicación sin presencia, sin contacto físico, sin mirada ni cuerpo. “En las constantes reuniones a través de Zoom, el otro mantiene su existencia espectral, sin mirada ni cuerpo”.
Chul Han expresó que la comunicación digital no fomenta el contacto físico; se trata de una existencia espectral, sin mirada ni cuerpo: “La mirada se pierde. Pero la mirada es el otro...por eso vivimos en una sociedad sin empatía. Si desaparece la mirada, desaparece también la caja de resonancia. Creo que la depresión se produce por una pérdida de resonancia, de resonancia con el mundo, de resonancia con el otro. Sin resonancia, no podemos sino quedarnos atrapados en nosotros mismos, convertirnos en prisioneros de nosotros mismos. Sin resonancia nos deprimimos”.
¿Ejercito mi mirada?
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