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Cuando programamos un viaje pensamos lo que será necesario llevar, qué cosas, ropa y accesorios debemos incluir en nuestra maleta. No podemos llevar demasiado equipaje porque, además de lo difícil para cargarlo, nos exponemos a pagar una exorbitante tarifa por el exceso de peso.
De igual forma debemos proceder con el viaje de nuestra vida, no podemos cargar con todo lo que se nos antoje. Es más, al final del mismo no llevaremos absolutamente nada de nuestras pertenencias, como señala una conocida frase: “Recuerda que de esta vida solo te llevas una muda de ropa... (y no eres tú quien la escoge)”. Y, hablando con propiedad, ni siquiera esa muda de ropa nos llevamos.
Entonces, ¿para qué buscamos atesorar bienes, propiedades, dinero, automóviles y riquezas? Elsa Punset, en su libro Una mochila para el universo, afirmó: “Para transformar nuestras vidas y nuestras relaciones no necesitamos tanto como creemos: en una mochila ligera cabe lo que nos ayuda a comprender y a gestionar la realidad que nos rodea”.
Por otra parte, conviene analizar con qué emociones cargamos nuestra mochila; ¿le damos mayor espacio a las emociones positivas, o permitimos que ese lugar sea ocupado por las pérdidas, enojos, sufrimientos, frustraciones, decepciones y tristezas?
Conviene examinar cuántas porciones de agradecimiento o de resentimiento cargamos en nuestra mochila, porque de ello dependerá también si el balance final resulta negativo o positivo.
Señaló Punset: “No necesitaríamos infinitas distracciones y una exagerada acumulación de bienes, imágenes y sensaciones para disfrutar de la abundancia de la vida. Si fuésemos justos y observadores, sabríamos sin dudarlo que la verdadera magia se esconde en este universo deslumbrante que poco a poco estamos logrando descifrar”.
¿Qué falta incluir en mi mochila? De lo que cargo en ella, ¿qué conviene dejar o eliminar?