El Día de Muertos revive la esperanza. Nos recuerda defender lo importante y transformar lo que nos lastima. Y de manera colectiva nos damos cuenta de que podemos cambiar el mundo donde vivimos.
En la cosmovisión de los pueblos originarios de México, la muerte es el inicio de una nueva etapa, un momento de transición que permite mantener el ciclo de la vida y renovar a las nuevas generaciones. Es la manera de sostener el vínculo con nuestro pasado, así como la oportunidad de reunirse con las y los ancestros para mantener nuestra memoria viva, fungiendo como una brújula que nos oriente hacia el futuro.
La memoria y la aceptación de la muerte nos habla de nuestros orígenes, de la importancia de cuidar lo que nos da vida, todo aquello que conforma nuestros territorios nuestros bosques y nuestros océanos. Actualmente, a lo largo de toda la costa mexicana, existen grupos organizados de personas pescadoras que están haciendo esfuerzos por recuperar la riqueza de los mares.
Hay quienes impulsan Zonas de Refugio Pesquero, como el caso de Isla Aguada y el Refugio Pesquero Punta del Tigre; organizaciones que promueven la reforestación y preservación de los manglares; otras defienden los corales o exigen la prohibición de la extracción de hidrocarburos, como la Red del Corredor Arrecifal de Veracruz. Todas estas iniciativas son fruto de muchos años de relación directa con los mares, y de la preocupación por garantizar que las futuras generaciones puedan seguir disfrutando de su abundancia.
En los diferentes territorios se guardan conocimientos e historias ancestrales, se guardan secretos y hay dioses que cuidan de los lugares sagrados. El mar es sagrado para muchos pueblos; es un lugar de misterio, de leyendas y de respeto. Es ahí donde todo termina y donde todo comienza.
Las culturas prehispánicas tenían deidades encargadas de cuidar al mar, y al mismo tiempo de vincular el mundo de los muertos con el mundo terrenal. Dos ejemplos importantes son la Diosa azteca Chalchiuhtlicue y el del Dios maya Ad Xoc. Ambos son protectores del mar, cuidadores del agua, bondadosos, pero al mismo tiempo peligrosos. Ambos con la capacidad de dotar de alimentos y abundancia a los vivos, y también garantizar una permanencia apacible y alegre en el mundo de los muertos.
Chalchiuhtlicue era la diosa del agua en el plano terrenal, los lagos, los ríos y el mar. Dicen que era esposa del dios Tláloc, dios de la lluvia y controlador del agua en el cielo. A Chalchiuhtlicue se le consideraba cuidadora de los navegantes y de los pescadores, y la encargada de fecundar la tierra y brindar alimento a la humanidad. Su capacidad de fecundar la tierra también se extendía a las personas, por eso era diosa del parto, protectora de las madres y de los recién nacidos. Dadora de vida, pero también si así lo consideraba, arrancaba con sus aguas la vida de quienes la desafiaran. Era temida y amada por los navegantes y pescadores.
En las tierras mayas existe un Dios tiburón: Ad Xhoc, cuidador de los mares y del inframundo, protege a quienes han muerto y los cuida y resguarda en las profundidades del mar.
Las historias y los recuerdos nos enseñan a cuidar nuestro planeta, nos dicen que los mares son sagrados y como tales debemos cuidarlos y respetarlos. Nos enseñan que el mundo de los muertos está vinculado con el mundo de los vivos y que no podemos ser sin agradecer y cuidar lo que la naturaleza nos da. Y debemos actuar en conjunto, defender nuestros territorios de las amenazas que los asedian.
El autor es coordinador de los trabajos en campo de Oceana en México.